Orbis Tertius, vol. XXI, nº 24, e016, diciembre 2016. ISSN 1851-7811.
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria

Artículo/Article





La red de revistas latinoamericanas en París (1907-1914). Condiciones y mediaciones



por Margarita Merbilhaá
(Universidad Nacional de La Plata – CONICET, IdIHCS, Argentina)



RESUMEN
El propósito de este trabajo es abordar desde una perspectiva de conjunto cuatro publicaciones impulsadas en París por los escritores Enrique Gómez Carrillo, Rubén Darío, Francisco García Calderón y Leopoldo Lugones entre 1907 y 1914. En primer lugar, busco identificar algunas de las condiciones que hicieron posible la aparición de El Nuevo Mercurio, Mundial Magazine, La Revista de América y la Revue Sud-Américaine. En segundo lugar, teniendo en cuenta tanto las revistas como las correspondencias y algunas memorias de los escritores radicados en Europa a comienzos del siglo XX, intento describir desde su materialidad, ciertos rasgos comunes a estos proyectos editoriales. De este modo, podrán establecerse aspectos específicos de las revistas latinoamericanas en París –tales como su dimensión mediadora hacia el subcontinente e intercontinental– y relacionarlos con determinados procesos culturales y sociales del período.

Palabras clave: revistas culturales en París – escritores latinoamericanos a comienzos de siglo XX– circulación de ideas y transferencias culturales – redes de escritores

ABSTRACT
This article aims to provide an encompassing approach of four reviews published in Paris by Enrique Gómez Carrillo, Rubén Darío, Francisco García Calderón and Leopoldo Lugones between 1907 and 1914. First, I will identify the context that surrounded the publication of El Nuevo Mercurio, Mundial Magazine, La Revista de América y la Revue Sud-Américaine. Second, by considering the reviews as well as the letters and memoirs of the aforementioned Latin American writers living in Paris in the early XX Century, I will focus on the common features of their publishing projects. Henceforth, I will tackle down the specifics aspects of Latin American reviews in Paris –such as their sub-continental and international mediating role–, and I will relate them to some of the cultural and social processes of the period.

Keywords: Cultural reviews in Paris –Latin American writers in the early XX Century–Cultural transfers - Literary networking

CITA SUGERIDA
Merbilhaá, M. (2016). La red de revistas latinoamericanas en París (1907-1914), un esbozo.Una mirada global sobre las revistas latinoamericanas en París (1907 – 1914): condiciones, mediaciones. Orbis Tertius, 21(24), e016. Recuperado de http://www.orbistertius.unlp.edu.ar/article/view/OTe016


Entre 1907 y 1914, aparecieron en París un total de seis revistas de tipo cultural/literarias, creadas por distintos escritores latinoamericanos que se vivían en la capital francesa.1 Las publicaciones se distinguían claramente de una prensa latinoamericana de circulación relativamente sostenida desde la década de 1880, y destinada a diplomáticos, empresarios, políticos y residentes en esa ciudad. Entre esas publicaciones, se destacan El Nuevo Mercurio (1907) como Mundial Magazine (1911), la Revista de América (1912) y la Revue Sud-Américaine (1914).2 Los directores de estos emprendimientos eran escritores que ya gozaban de un cierto reconocimiento en el ámbito de las letras: Enrique Gómez Carrillo, Rubén Darío, Francisco García Calderón y Leopoldo Lugones. Sin embargo, en todos los casos su motivación trascendió aspiraciones estrictamente literarias o de cenáculo. Todas tuvieron, además, un carácter planificado que se confirma en las correspondencias –y en los tempranos pedidos de colaboración que allí aparecen.3 Aunque su lugar de enunciación fue París, la mayoría de las revistas fue editada en español, a excepción de una—aquella que dirigió Leopoldo Lugones.4

Más allá de las particularidades de cada una, resultan similares las circunstancias y condiciones de su aparición. En ese sentido, mi propósito es abordar las publicaciones desde una perspectiva de conjunto, e identificar algunas de las condiciones que la hicieron posible. Teniendo en cuenta tanto las revistas como las correspondencias y algunas memorias de los escritores radicados en Europa a comienzos del siglo XX, intentaré describir desde su materialidad, ciertos rasgos comunes a estos proyectos editoriales: por un lado, las motivaciones profesionales y existenciales de sus directores, las funciones imaginadas para estas revistas, las formas de mediación crítica que desplegaron, el tipo de lectores, las publicidades, los colaboradores y los tipos de secciones, para preguntarnos si no se trató meramente de casos aislados sino de un fenómeno colectivo. Por otro lado, me centraré en los aspectos comunes que pueden leerse en las revistas mismas. De este modo, podrán establecerse aspectos específicos de las revistas latinoamericanas en París, y vincularlos a determinados procesos culturales y sociales del período.

Podemos empezar preguntándonos por la presencia en París de quienes impulsaron y participaron en estos proyectos editoriales. Si bien, desde mediados del siglo XIX, el viaje a Europa formaba parte de las prácticas culturales de las elites latinoamericanas, ávidas por conectarse con la tradición cultural de Occidente (la visita a los museos, la compra de libros, la asistencia a clases magistrales), hacia fines de 1870 sus motivaciones adquirieron un carácter económico y de profesionalización, tanto en el arte como en la ciencia.5 Esto fue posible a partir de la intensificación de los emprendimientos comerciales y del desarrollo de las relaciones exteriores entre algunos de nuestros países y los europeos. Según Ingrid Fey (1996), ese momento constituyó la “época dorada” del viaje latinoamericano y coincidió con el mejoramiento del transporte marítimo de pasajeros. En efecto, además de permitir un mayor flujo de migrantes hacia el continente, las condiciones de viaje hacia Europa eran superiores y no solamente para las familias de las elites sudamericanas: al mejorar la frecuencia y los costos, los adelantos técnicos en el transporte ampliaron a muchos jóvenes letrados y artistas en busca de vida moderna, a estudiantes y recién graduados, las posibilidades de emprender el anhelado viaje a Europa. En las representaciones, la “fiebre de la traslación”,6 que tanto espantaba a Eduardo Wilde, era vivida como un fenómeno irreversible. Esto se daba en un proceso en el que los Estados latinoamericanos, sobre todo aquellos que desde las últimas tres décadas habían integrado sus economías al mercado mundial, desempeñando en la división internacional del trabajo el rol de exportadores de materias primas y compradores de productos industriales, desarrollaban proyectos modernizadores que entendían como una vía de ingreso a la civilización.

París, se sabe, era un destino ineludible para los jóvenes letrados implicados en, o impactados por el modernismo. No es una novedad afirmar que el cosmopolitismo conformaba el marco simbólico para los modernistas. Pero para los escritores que buscaban vivir un tiempo en París, ser ciudadano del mundo implicaba algo más que experimentar la modernidad, pues no se trataba sólo de una cuestión de sensibilidad estética; la figura del ciudadano del mundo se volvía una forma posible de vida —itinerante— y los artistas, poetas y aspirantes a escritores podían encontrar en ella vías concretas por donde desarrollar su actividad. La ciudad era para ellos un lugar de pertenencia y la vida parisina, un modo de estar en el mundo. Frente a ésta, los países de origen representaban el lugar de la asfixia, la chatura o la opresión a sus ansias de vida compleja, en fin, de vida urbana. Darío expresaba este sentir de manera elocuente,7 tal como lo recordó Alejandro Sux treinta años después de su muerte:

Su eclecticismo era grande, lo que no impedía que algunas de sus opiniones fuesen firmísimas y no estuviera liberado de ideas hechas (…)

Algunas de esas ideas hechas eran:

(…) La adquirida cultura francesa nos hace espiritualmente extranjero (sic) en nuestros países; cuando llegamos a Europa, es decir a Francia, descubrimos la verdadera patria, porque en ella se dieron cita los elementos que formaron nuestra manera de concebir lo bueno y lo bello del mundo. Los hispanoamericanos adaptamos nuestro espíritu al medio ambiente importado en los textos escolares y en los libros de instrucción y de recreo; esto explica que las personas verdaderamente cultas de Hispanoamérica, se sientan en su propia tierra como desterrados y como en el caserón familiar en Europa. Por eso ese afán de huir, enfermedad de prisioneros que sufrimos (1946: 313- 314).

Más elocuente aún es, en este mismo sentido, la confesión de Rojas, en carta a Ingenieros –de febrero-marzo de 1914– que fue la respuesta privada al artículo de su amigo, “Nacionalismo e indianismo. Carta a Don Ricardo Rojas”, publicado en el nº 14 de la Revista de América, en julio de 1913:

Puedes convencerte que (sic) mi inteligencia y mi idioma son absolutamente europeos. Lo indiano en mí es el sentimiento, la emoción, el ideal. De ahí que coincidamos también en nuestras opiniones sobre el propio país, aunque la diferencia que hay entre uno que se va y otro que se queda, no estriba sino en que uno puede marcharse y el otro no. Acaso si yo pudiera marcharme también me iría, aunque no, seguramente, a fundar en París una revista en francés y con colaboradores franceses, pues esto es lo mismo que ir a bailar el tangó (sic) con toilettes de la rue de la Paix. Yo no iría a eso, te lo aseguro, y entre tanto me quedo aquí a sufrir las infinitas y proteiformes estulticias del país amado, que en este momento glorifica las acrobacias de Newbery, por ejemplo, como verás en los diarios. La estupidez humana no tiene límites. Es más fecunda y más imprevista que el genio. Adiós querido Ingenieros…8

Más allá de la alusión irónica a la Revue Sud-Américaine de Lugones, quisiera subrayar primero el carácter compartido de este sentimiento de pertenencia a la cultura europea, y observar también el modo en que cobró de entrada una forma ambivalente, en tanto los latinoamericanos, lejos de adoptar una mirada ingenua sobre la vida parisina, no dejaban de evaluarla y lo hacían en tanto se pensaban pertenecientes, y aún partícipes de ella.9 Así, se advierte también que muchas crónicas adoptaban una distancia crítica respecto de las producciones artísticas, la incipiente cultura de masas, las “escuelas” y la vida literarias. Más aún: era recurrente entre los escritores el tópico del desencanto inmediato frente a la capital francesa, a punto tal que a menudo contraponían la visión de la ciudad —una mirada portadora de un cierto desdén elitista— al París preferible de sus lecturas selectivas.10 Como se ve, la dependencia de la capital no estaba exenta de tensiones, aun cuando fuera vivida incluso con resignación.11

Pero la identidad de los escritores e intelectuales atraídos por la vida parisina contenía, además de ese tinte elitista, una convicción respecto del rol modernizador que ellos podían cumplir en el orden espiritual o en las ideas y en las artes, respecto de sus países, y lo asumían como un sacrificio. En efecto, estaban lejos de pensar que ese sacrificio lo movía un deseo individual y singular aunque innombrable; su entrega era por el ideal, lo bello, el bien. En cierto modo, vivir de la pluma implicaba para ellos a la vez tomar parte en la dinámica de la novedad artística y cultural, y asegurarse un camino personal. Como ha observado Beatriz Colombi, la “necesidad de profesionalización” (2008: 547) era compartida por todos los escritores expatriados entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, en tanto París no era sólo su “patria espiritual” sino el “más importante mercado de bienes simbólicos de ese momento” (Colombi 2008: 545). Se sabe que las posibilidades de desarrollo intelectual pasaban, en primer lugar y principalmente por el trabajo periodístico —y en menor medida, por la publicación de libros. De hecho, como sabemos, los jóvenes literatos ofrecían desde Europa, sus crónicas a periódicos de Buenos Aires, Caracas, Montevideo, México, La Habana o Lima. También escribían para El Imparcial, El Liberal, Heraldo de Madrid y La Época de Madrid, además de colaborar en revistas culturales españolas.12

En segundo lugar, si carecían de la ayuda de sus familias, el cargo en una legación consular les permitía a menudo completar sus ingresos. Es el caso de la mayoría de las trayectorias individuales de los escritores que vivieron en París por esos años: Rufino Blanco Fombona, Amado Nervo, Francisco y Ventura García Calderón, Alcides Arguedas, José Verissimo—por mencionar algunos en las primeras décadas de 1900— y antes, de Enrique Gómez Carrillo quien, en los comienzos de su vida parisina, lo expresaba de este modo en las cartas de 1895 a su admirado Leopoldo Alas “Clarín”:

El gobierno del Salvador me ha nombrado cónsul en París. Es un empleo que produce algo y que no da ninguna molestia. [carta del 15 de julio de 1895].
Mis próximos artículos serán más españoles por lo menos en la forma [que mi Literatura extranjera. Estudios cosmopolitas].
A propósito: desde que el (sic.) Salvador me aseguró el pan de cada día nombrándome cónsul en París, he abandonado todas mis colaboraciones americanas. Antes escribía cuatro o cinco crónicas por semana para Venezuela, Guatemala, la Argentina, etc. Hoy mi único deseo es poder hacer una o dos veces al mes una Revista Parisiense para un gran periódico de América, no con objeto de cobrar sino con el fin de que los americanos no me olviden pues fatalmente yo tendré siempre necesidad de vivir de ellos. Si usted quisiera darme una carta de recomendación para el Director de las Novedades (que, después de la Ilustración Española es lo que más se lee en América) me haría un gran servicio. [carta del 15 de septiembre de 1895] (Rubio Jiménez y Deaño Gamallo: 151)

Pero la vida en París proporcionaba a los latinoamericanos una cosa más: el contacto con las prácticas editoriales y de difusión de las publicaciones, que vivían su Belle Époque, siendo las más dinámicas de Europa (Pluet-Despatin 2002). Al conocerlas, podían acceder más fácilmente a los medios de edición y también a los inversores con actividad comercial en Europa, susceptibles de interesarse por el mercado latinoamericano de publicaciones periódicas. Estos factores también explican la aparición de los distintos emprendimientos editoriales entre comienzos del siglo XX y el estallido de la Primera Guerra, de escritores radicados en esa capital. No es casual, entonces, que quienes emprendieran la publicación de revistas fueran escritores residentes en París, determinados a establecerse en ella.13 En ese sentido aspiraban a hacer del proyecto editorial un medio posible de subsistencia que les permitiera sustituir el cargo consular al que –a su pesar– aún debían recurrir, y también reducir su dependencia respecto de la prensa española y latinoamericana.

El carácter anticipado de los emprendimientos, que puede verse en los intercambios epistolares que he podido revisar, también supuso tratativas con los financiadores de las distintas publicaciones y la celebración de contratos con ellos. También se advierte en el carácter cuidado de las ediciones, tanto como en el anuncio de próximas colaboraciones que aparecían en las páginas de las revistas. Los distintos proyectos venían a cumplir un sueño que parecía ser contemporáneo de la llegada a París, sin duda motivado por la multiplicidad de petites revues que circulaban en los círculos parisinos de los jóvenes intelectuales que los mismos latinoamericanos frecuentaban. Podríamos llamarlo, mentando a Darío, el “deseo de revistas en París”. Precisamente, así lo anunciaba el poeta a Ricardo Rojas, al salir el primer número de Mundial:

Mi querido amigo:
Aquí me tiene Ud. de director de la revista que todos soñábamos fuerte y bella en pleno París.
En el momento en que nuestros esfuerzos puedan contribuir a esta empresa que hará conocer todas nuestras manifestaciones intelectuales en el mundo entero. Será presentado con la mayor belleza y elegancia.
Mi querido amigo; y prosas y versos serán ilustrados por dignos artistas.
Espero que Ud. nos enviará su colaboración que será remunerada por de pronto conforme con los grandes sacrificios que han tenido que hacer los propietarios de nuestro Magazine. Dándole las gracias anticipadas, quedo siempre su amigo.14
 

Conocemos las circunstancias de contratación con los financiadores de la revista de Darío gracias al recuerdo de Alejandro Sux, a quien ya me he referido.15 En el caso de la primera de estas publicaciones, El Nuevo Mercurio, que dirigió Enrique Gómez Carrillo en 1907, la idea de publicar una revista destinada al ámbito español y latinoamericano provino —tal como se desprende del diario de la que era su esposa, Aurora Cáceres— de la Casa Editorial Sopena de Barcelona, con la que el director firmó un contrato de un año para editar un número mensual. La iniciativa coincidía con otras estrategias de las casas editoriales franceses que según Mollier (2002), hacia la misma época innovaron en sus estrategias de captación de lectores financiando revistas donde anunciaban sus catálogos y últimas novedades.16 Se trataba de revistas culturales de carácter general, y destinadas a un público culto. En cuanto a La Revista de América, los únicos datos con los que son que sus administradores eran unos banqueros radicados en la capital francesa, los hermanos “Chávez y Cía”, y que la publicación tenía además un gerente, “M. Morisson”, mencionado en las portadas.17 Sí sabemos que desarrolló un sistema de ventas más amplio, a través de las librerías de casi todo el continente, tal como se desprende de algunas contratapas que anunciaban la lista de las agencias distribuidoras la revista. En cuanto a la publicación de Lugones, aparecían los gerentes “Sahores y Ojeda” que eran, según recordó su administrador Henry Davray, “dos comerciantes argentinos que tenían una agencia de exportación y se contaban entre los admiradores” del poeta: “mientras que [el periodista y reporter] Jules Huret se encargaba de los detalles materiales, Lugones se ocupaba de elegir los colaboradores” (Davray 1938: 4).18En las tres revistas de la década de 1910 analizadas, también se advierte que parte del financiamiento provenía de los anuncios publicitarios que figuraba al comienzo y al final de cada número. Se trata de publicidades de objetos industriales (autos, armas, etc.) y de lujo (moda, perfumes, mobiliario) y servicios postales y bancarios, que junto con la buena calidad de impresión y los lugares de difusión –grandes hoteles, por ejemplo y en América, librerías– permiten inferir el tipo de lectores a los que se dirigían: clases altas, funcionarios y sectores ilustrados de las sociedades latinoamericanas. El caso de la Revue Sud-Américaine, ésta también apuntaba a un público francófono con vínculos comerciales y políticos con el subcontinente19.

En el interés de los distintos inversores de todas las publicaciones, posiblemente haya incidido también un fenómeno poco destacado como la moda americana en París: “Desde hace unos años a esta parte, se nota en París un gran interés por las cosas de América”, comenta, por ejemplo, el colaborador de Mundial Charles Lesca al reseñar la conferencia de Paul Groussac sobre Liniers (nº 9, p. 280) dictada en la Sorbona, en diciembre de 1911; “América está a la orden del día”, leemos en la Revista de América (nº13, p. 163). Lugones también se refería a la moda por Argentina cuando comentaba con desdén el éxito del tango (“baile de lupanar”) en la capital francesa. Sin duda, esta moda que circulaba en la prensa puede relacionarse con la presencia oficial de las repúblicas del Nuevo Mundo en distintas capitales europeas, organizada en torno a las empresas comerciales.

Por cierto, las representaciones consulares de las repúblicas del Nuevo Mundo cumplían un rol clave en el establecimiento de relaciones comerciales, y a la vez apuntaban a exhibir a sus países como naciones de progreso, como lo hacían en los pabellones de las exposiciones internacionales.20 Por otra parte, los encuentros diplomáticos mundiales, aunque organizados sin gran optimismo, fueron una ocasión para intervenir en la escena mundial. Allí las jóvenes naciones podían exponer sus posiciones respecto de la paz, en medio de una preocupación de las elites dirigentes del viejo continente frente a una posible guerra que creían inminente -aunque el atentado de Sarajevo y el estallido de la contienda finalmente las sorprendería (Hobsbawm: 312). Resulta significativo que si en 1899, la conferencia de la paz convocada en La Haya había contado con una sola representación –la de México–, en la de 1907, fueron diecisiete las repúblicas del continente que enviaron sus delegaciones, integradas por ministros y abogados especializados en derecho internacional. Es más, algunos delegados cumplieron un rol activo a través de las propuestas de arbitraje internacional y de la difusión de iniciativas novedosas, como fue por ejemplo la doctrina del canciller argentino Luis María Drago, quien colaboró en el segundo número de la revista de Lugones.21

Esta amplia presencia de América en la conferencia de La Haya fue registrada por El Nuevo Mercurio, que incluyó referencias puntuales a los distintos delegados, con varias fotografías, como si buscara completar en sus páginas la exhibición proyectada por los países americanos en el plano europeo. Esto evidencia el carácter no estrictamente literario y la heterogeneidad temática de ésta y de las demás publicaciones aquí analizadas. Pero permite a su vez definir una de las funciones que éstas cumplieron en Europa, en términos de representación pública y más precisamente, de diplomacia no oficial. Cada proyecto editorial proyectaba este rol diplomático en los propios impresos y también en las imágenes de sus colaboradores (y directores) como intelectuales al servicio de sus naciones, enfatizadas por las fotografías en las que éstos aparecían posando en espacios mundanos y consulares.

De hecho, antes de la aparición de estas iniciativas editoriales en la capital francesa, la mayoría de los escritores radicados en Europa ocupaban cargos consulares (menores) que los convertían en actores secundarios de las acciones diplomáticas de distintos Estados de nuestro subcontinente. Como se sabe, esta participación en la política exterior americana era vivida por los escritores como una necesidad de subsistencia que los apartaba de su quehacer literario y revelaba, en la práctica, el bajo grado de autonomía de la actividad literaria e intelectual de la época. Sin embargo, fue cediendo paso al desarrollo de actividades más específicas, en un proceso que por supuesto no fue lineal sino que se concretó a medida que los escritores encontraban otras formas de subsistencia en Francia o España. De este modo, fueron logrando una mayor independencia respecto de los cargos diplomáticos. Ahora bien, precisamente, este rol se trasladaría a las propias revistas culturales que dirigían o en las que participaban, a punto tal que puede afirmarse que su política editorial implicó en varios casos el ejercicio de una representación, ahora no oficial —lo que señala un indicio de la mayor profesionalización– por parte de los escritores. Así, el rol menor asumido hasta entonces en el terreno diplomático, concreto, adquiría otro peso: al desplazarse hacia una función ocupada por las propias revistas culturales, se volvió central en el plano simbólico.

En efecto, el modo en que las revistas se instituían en una suerte de rama intelectual de la nueva vida internacional de sus países suponía una creencia en el carácter decisivo de sus acciones para sus países. Acaso cabe preguntarse si en este sentido, quienes animaban y colaboraban regularmente en las distintas publicaciones, no hacían más que reeditar, aunque con rasgos propios de las nuevas condiciones de producción cultural, los patrones anteriores de las elites letradas latinoamericanas, analizados por Ángel Rama (1995): si bien no eran abogados, ni miembros de las clases altas de sus países, era como si también tuvieran su mot à dire sobre los asuntos del Estado. De allí la ya mencionada cobertura de la conferencia de La Haya por parte de El Nuevo Mercurio, en 1907.

Entonces, aun cuando la atención a la actualidad geopolítica, junto con la incorporación de artículos dedicados a la historia del continente, respondían a la política editorial de las revistas, cuyo propósito era atraer el interés de la “elite estudiosa en los más remotos lugares del continente” (La Revista de América, nº13), no era ése el único sentido de su intervención. En efecto, el afán que hemos relevado, de participar en las relaciones exteriores del Nuevo Mundo puede verse en varios aspectos de las cuatro publicaciones. Por ejemplo, Mundial abrió su primer número con una presentación documentada sobre cada país americano, e ilustrada con fotografías. 22A su vez, incluía notas sobre los eventos oficiales del mundillo diplomático en Europa y de las relaciones comerciales en secciones como “Mes hispanoamericano”.23 A esto se suma, por supuesto, la conocida gira organizada por los hermanos Guido, financiadores de la revista. En efecto, aunque el propósito fuera ante todo publicitario, es posible advertir en cada escala del viaje, la dimensión diplomática de la gira, en tanto la revista divulgaba en varias páginas las recepciones celebradas en honor de Darío por los embajadores o cónsules de los distintos países, o también las visitas y encuentros del poeta con personalidades (y no sólo artistas) de cada lugar.

En el caso de la Revista de América, esta dimensión diplomática –o de brazo cultural de las relaciones exteriores– cobró un aspecto ante todo intelectual, pues ésta se presentaba como un espacio de debate (intelectual, “elevado”) sobre cuestiones americanas: en cada número aparecían artículos sobre historia americana (de Hugo Barbagelata) o sobre nombres ilustres, faros de la generación, tales como Simón Bolívar (de Rodó y de Blanco Fombona) o el ensayista y diplomático liberal Juan Montalvo (Blanco Fombona). También se publicaban conferencias, como por ejemplo, « A Amêrica para a Humanidade » de Manuel de Oliveira Lima. Además, una « revista política » mensual, a cargo del chileno José de Astorga (también radicado en París), repasaba asuntos o sucesos de los distintos países del subcontinente. Por su parte, la Revue de Lugones combinaba reflexiones doctrinarias (sobre el « Panamericanismo » o cuestiones limítrofes entre países) con una voluntad informativa enfocada especialmente hacia la geopolítica. A esto se sumaban otras noticias acerca de la presencia del director en encuentros semipúblicos, en casa del entonces embajador Enrique Rodríguez Larreta u otros eventos mundanos. Fue esta última revista la que de manera más evidente realizó esta operación de diplomacia no oficial. 24

Antes de concluir, quisiera destacar dos aspectos que permiten comprender la especificidad de las publicaciones de los latinoamericanos en París en las primeras dos décadas del siglo XX. El primero es el fin comercial de las publicaciones, aún de La Revista de América y la Revue Sud-Américaine (que se presentaban como más desinteresadas), que puede relacionarse con las estrategias de la primera generación de escritores que aspiraron a convertir su vocación en una profesión. Ahora bien, lo que dejan ver estos proyectos, y también el importante número de jóvenes pertenecientes a las elites letradas del continente o con estrechos vínculos con éstas que proyectaban en el « deseo de París » el anhelo de realizar una carrera literaria y consagrarse, es que la capital francesa funcionó para ellos como una vía concreta por donde lograr esas aspiraciones. En este sentido, París era más que su « meridiano intelectual » (Casanova 1999), al ser una suerte de anexo de sus espacios culturales de origen, o –en el caso de algunos países– campos literarios en formación.25 Así se explica la función de mediación crítica que éstas concretaron, tan celebrada por la prensa contemporánea. La segunda, que también se conecta con la búsqueda de instancias para el ejercicio de una profesión, concierne al hecho de que los emprendimientos revisteriles se caracterizaron por eso inicialmente proyectos individuales y no de grupos, o de una proyecto más colectivo, aunque sí puede afirmarse que en torno a las publicaciones se congregara una formación (en el sentido williamsiano) y sus oficinas funcionaran como lugares de encuentro. Sin ser entonces las revistas de un grupo, no dejaron de constituirse en lugar de reunión, lo que implicaba una leve variación: la “cohesión” analizada por Verónica Delgado (2010) en la práctica de los banquetes y su publicación en Nosotros, por ejemplo, se realizaba ahora sin necesidad de exhibirla para cobrar entidad.

La centralidad del proyecto individual se advierte en hecho común a las revistas : contra lo que podría esperarse si se tiene en cuenta el peso de los hábitos de la sociabilidad entre escritores, para estos jóvenes en busca de vida cosmopolita, oportunidades laborales y vínculos cotidianos que suplieran a los familiares, estas prácticas estaban apenas presentes en sus páginas. Este contraste entre los asiduos contactos (que se infieren de las cartas y las memorias) y las escasas referencias o su omisión, en las revistas, indica además la intención de los directores de dar un carácter profesional a su emprendimiento pues al hacer abstracción de las contingencias biográficas de los colaboradores las publicaciones presentaban un aspecto menos mundano y, así, de mayor trascendencia y seriedad. De este modo, las publicaciones se revelaban un producto del trabajo de edición, organizado, riguroso, y no la mera expresión de un cenáculo. Y así se acercaban, en cuanto al tono, a los modelos disponibles a su alrededor, tales como la generalista Revue de Deux Mondes, o el Mercure de France,26 sus directas competidoras puesto que ambas eran las revistas francesas que más circulaban en América Latina.

En conclusión, a través de estas revistas, los latinoamericanos, deseosos de París, buscaron crear sus propios medios de edición y difusión, otorgando de este modo a las revistas una función de mediación crítica, entre lectores latinoamericanos y escritores, tal como la describe Charle (2000) para explicar el surgimiento de las pequeñas revistas literarias en Francia durante el último tercio del s. XIX. En este sentido, si no fueron el producto de un programa cultural organizado en torno a un grupo, sí dieron forma a uno de los modos en que se materializaron esos vínculos: cuando se miran de cerca los nombres de los autores, se advierte que la mayoría de libros reseñados eran de autores residentes en París; el resto tenía que ver con vínculos directos de los directores, o se trataba de jóvenes en sus comienzos literarios que le enviaban sus libros para establecer contacto con los directores.

De este modo, las publicaciones tomaron la palabra desde el centro simbólico de la cultura moderna, para encontrar una vía se subsistencia, articular las producciones de los latinoamericanos en Europa27 y en América (según el efecto religador estudiado por Susana Zanetti) y de este modo seguir conectados con sus países de origen, encontrar una vía para instituirse en sus representantes públicos desde una relativa especificidad intelectual. Este situarse en Europa y en América a la vez explica su inscripción en una identidad latina (por cierto, denegadora de amplias porciones de la población de nuestro continente, indígenas, africanas, mestizas) y también el hecho de que recurrieran a un discurso nacionalizante y de unidad latinoamericana. En este sentido, en muchas intervenciones las revistas permiten registrar el abandono definitivo del antihispanismo tradicional de los políticos del continente, ya que en todas se constituye un área común hispánica y americana (que incluye a Brasil). A modo de ejemplo, puede mencionarse el artículo de José María Drago en el nº 2 de la Revue Sud-Américaine:

Hijos pródigos, hablamos de Inglaterra olvidando a nuestros antepasados (…). Estamos convencidos de que nuestro patrimonio constitucional es grande y noble, y que para ejercer la libertad no necesitamos en nada buscar ni inspiraciones ni ejemplos en países extranjeros, ni en razas distintas” (167).

Veamos, por último, cómo esto se articula con una proyección continental, en las palabras que Roberto Giusti dedicaba en 1925 a Baldomero Sanín Cano en un banquete organizado para recibirlo en Buenos Aires, adonde había llegado para desempeñarse como ministro plenipotenciario de Colombia:

Hijo de América, no teméis la democracia ni la libertad. Podéis condenar, habéis condenado sus errores y parodias, pero nunca renegaríais de ellas. Los valores caducos de Europa, sus extravíos presentes, no os alucinan ni seducen. Siempre fuisteis un severo censor del militarismo, de la diplomacia enredista, de los turbios manejos financieros, de la venalidad de la prensa, de la concupiscencia, inmoralidad, frivolidad, anarquía de esta sociedad decadente. De estirpe hispana, manejáis con perfecta maestría nuestro idioma, por el que el nombre y el espíritu de España sobrenadaran sobre la corriente de los siglos. Vuestra cultura es aquélla, universal, que solo son capaces de atesorar con juvenil avidez, sin exclusivismos, los espíritus esclarecidos de América cuando dirigen sus miradas hacia el saber del viejo mundo. (Giusti 1948: 264. Destacado mío)


Esta estructura de sentimiento, en el sentido williamsiano, era compartida por muchos latinoamericanos cosmopolitas que, desde comienzos de siglo, imaginando una suerte de hermandad global del pensamiento, se animaban a entrecruzar inflexiones locales (nacionales) y supranacionales en los proyectos editoriales que dirigían o en los que escribían. Tal como adelanté, las publicaciones que he analizado tomaban la palabra desde los propios centros europeos y especialmente París, no sólo para hablar de las culturas de origen sino también para evaluar las líneas más recientes de las tendencias culturales de Europa, donde se habían instalado sus impulsores. La función diplomática desplazada, y específica, a la que me he referido habla también de ese rol que estos escritores se autoasignaban como representantes de la intelectualidad ante los europeos. En cierto modo, se trató de una suerte de reorientación del cosmopolitismo modernista, que comenzaba a ser devaluado por las presiones del nacionalismo. Este tipo de preocupaciones preanuncian algunos debates centrales de los años 20 –tal como se entrevé en la semblanza de Roberto Giusti.

NOTAS

1 Una versión inicial de este trabajo fue expuesta en el Segundo coloquio sobre publicaciones periódicas argentinas realizado en la FaHCE, UNLP, el 4 y 5 de noviembre de 2015.

2 Más allá de firmas muy consagradas como las de Rodó, Unamuno, Ingenieros, los colaboradores eran latinoamericanos y en una mayor proporción, aquellos que estaban instalados en Europa. No me ocuparé de otras dos publicaciones parisinas, Gustos y gestos (1910) –de Leo Merelo– y Ariel. Revista de arte libre –de Alejandro Sux. En el primer caso, se trató de una revista miscelánea y comercial, que apuntaba explícitamente a un lectorado femenino y mundano pero sin un proyecto intelectual, podría decirse. Sux era colaborador permanente, junto con otros franceses aunque la revista se publicara en español (tal como reza un anuncio, se vendía en los “grands boulevards” y en los principales hoteles). En el segundo, si bien la he consultado en el CeDInCI, su brevísima vida (3 números) no me permite advertir el carácter de anticipación que señalo en las demás publicaciones relevadas, ni definir con nitidez su programa. La Revista de América y la Revue Sud-Américaine también fueron consultadas en el CeDInCI.

3 Remito a mis artículos sobre las distintas publicaciones (Merbilhaá 2014a, 2014b, 2015). A modo de ejemplo, cabe mencionar los pedidos de Francisco García Calderón a Ricardo Rojas, varios meses antes de que apareciera el primer número de la Revista de América: en carta fechada en París el 23/02/1912, le solicita “un artículo que sea en lo posible una síntesis de su notable obra La Restauración nacionalista” y también “algo del admirable Becher para la revista”. El 4/12/1912, el escritor peruano le pide colaboración inédita para el número especial de su revista, y lo reitera en el saludo final. Finalmente, el 13/4/14, vuelve a pedirle colaboración, esta vez con más premura y menos preferencias: “Espero cualquier cosa de Ud. para la revista”

4Después de 1900, Fey (1996) ha relevado las siguientes, editadas en su mayoría en francés: Paris Buenos Aires (1910-1918), L’Argentine. Economique, politique et sociale (1908-1909), Le Brésil. Courrier de l’Amérique du Sud (1880-1914), Latina. Revue mensuelle pour la propagande des peuples latins (1909-1910), France-Amérique. Revue mensuelle du Comité France-Amérique (1910-1917), Mundo diplomático consular Chambre de commerce franco-Brésilienne en France (1913-1918), Bulletin de la Bibliothèque Américaine (1910-1920).

5 François-Xavier Guerra considera que la presencia significativa de latinoamericanos se registró sobre todo “en el último tercio del siglo XIX y comienzos del siglo XX: los primeros años de la IIIe République, los años de la Belle Époque” (1989: 177, la traducción es mía). Con frecuencia los jóvenes que se trasladaban a París asistían a la universidad para completar sus estudios: entre los colaboradores de las revistas de las que me ocuparé, es el caso del uruguayo Hugo Barbagelata que estudiaba en l’École des Sciences Politiques de París. De manera informal, asistían a los cursos de La Sorbona Francisco García Calderón, Manuel Ugarte, Alcides Arguedas, tal como puede leerse en sus memorias (Ugarte 1947; Arguedas 1959).

6 En una carta a Roca, de agosto de 1910, lamentaba que dicha fiebre hiciera que el hombre “olvide sus cualidades para transformarse en objeto de transporte” de todo tipo -“automóviles, carros, buques, trenes, bicicletas…”—citado por Fey (1996: 52).

7 En las crónicas de Darío para La Nación de Buenos Aires también se advierte ese sentimiento vital, casi corporal de ser parte de la cultura parisina. A modo de ejemplo “De la necesidad de París”: “Cuando uno ha habitado la ciudad de París por algún tiempo, se convence de que, desde luego, vale más que una misa. Se padece fuera la necesidad de París” (citado por Séris 1989: 305).

8 El subrayado es del autor. La carta se encuentra en el archivo de Ricardo Rojas. Agradezco al director de la Casa Museo Ricardo Rojas, Mario Goloboff y al personal del Archivo Documental del museo, especialmente a Soledad Zapiola.

9 El contraejemplo es aquí la experiencia de Horacio Quiroga y el registro que dejó en su diario, de las frustraciones y el rechazo que le inspiró la ciudad, al descubrir la imposibilidad de vivir en París sin trabajo y sobre todo, de hacerse un nombre en ella, que no pasara por el desarrollo del periodismo su diario. Ahora bien, aun en este caso, Quiroga compartía con sus contemporáneo las motivaciones y las condiciones del viaje a París.

10 Otra vez, está Darío: “Llegué a París con todas las ilusiones, todos los entusiasmos. Mi deseo era poder oír de cerca la palabra de los maestros, intimar con los nuevos escritores, aprender, sentir al lado de ellos el fuego secreto, la misteriosa llama que hace pensar y realizar tan bellas cosas. Recibir lecciones de consagración, de fidelidad a un ideal, a un alto objeto moral, a un culto artístico y humano. Desde lejos el miraje era ciertamente encantador. Llegué, vi, quedé desconcertado. El arte, la literatura, ha sufrido la esclavitud de todas las demás disciplinas: el industrialismo. (…) La crítica tiene su base en la administración del periódico. Se “lanza” un escritor, como se “lanza” una mujer. Los talentos fuertes e independientes no encuentran un campo de acción, un rincón de trabajo en las publicaciones más en boga. Los editores acogen por influencias. La intriga impera (…). Adviértase que hablo de la literatura corriente y a la moda, de lo que hierve en la gigantesca olla podrida de la publicidad parisiense; de ningún modo de los solitarios obreros, de los trabajadores concienzudos que forman una especie de aristocracia, fuera de la influencia oficial y del consentimiento de la multitud, un Remy de Gourmont, un Paul Adam, un Mauclair, un Mirbeau, un Gustave Kahn” (Barcia 1977: 112-3). Notemos que los franceses nombrados por Darío, no casualmente, estaban en contacto con él y con otros hispanoamericanos y se interesaron por ellos. Por otra parte, el mismo sentimiento de desilusión también aparecía en el comienzo de Escritores Iberoamericanos de 1900, las memorias de Manuel Ugarte (1947).

11 Recordemos al respecto la carta de Ricardo Rojas a Ingenieros, antes citada, en la que el santiagueño no rechazaba del todo esa posibilidad de vida, mientras que en público sí se rebelaba contra el peso de París, reafirmándolo —paradójicamente— en ese mismo gesto: “¿Ir un poeta americano a Europa? ¿Y para qué? Día llegará en que tal viaje pierda el prestigio sacramental que hoy fascina. Ese es uno de los síntomas de nuestra independencia a medias…” (citado por Séris 1989: 308).

12 Cf. Celma Valero (1991) y Serrano (2002).

13 Encontramos a menudo un común sentimiento de rechazo de esa labor, o de hastío frente a su ejercicio obligado, que tuvo su mayor exponente en Rubén Darío.

14 Archivo Rojas (Casa Museo Ricardo Rojas), carta de Darío. París, 12/04/1911.

15 El recuerdo del escritor Alejandro Sux, de adhesiones anarquistas, que fue amigo y por un tiempo secretario de Rubén Darío merece ser citado extensamente por los detalles – por cierto melodramáticos– sobre el origen de la revista: “Mi amistad con Darío comenzó a hacerse cordial y familiar desde el día que le propuse la dirección de la revista Mundial Magazine. Ocurrió así: Desde la ciudad de Mendoza (Argentina), en las páginas de mi modestísima Ilustración Andina, yo lancé el proyecto de publicar anualmente un ‘Album intelectual americano’. Cuando llegué a París, hablé del asunto a Leo Merelo, un fotógrafo y dibujante español que me había llamado para redactarle una publicación de modas destinada a una gran tienda de Buenos Aires. Leo Merelo, con espíritu más práctico que el mío, transformó mi idea en revista mensual. Ni él ni yo contábamos con los fondos para realizarla, pero él encontró a unos exportadores, los Guido, que se entusiasmaron y aportaron el capital necesario. Cuando Merelo me ofreció compartir con él la dirección de la revista Mundial Magazine, propuse a Darío en mi lugar. La proposición fue aceptada con incredulidad, pero yo hablé con Darío, lo llevé a visitar las oficinas que se estaban instalando a todo trapo en la calle Eduardo VII, a dos pasos de la Plaza de la Magdalena, y le dije que él cobraría quinientos francos mensuales por prestar su nombre y asesorarnos. A las seis de la tarde Darío rubricaba el contrato con la firma Alfredo Guido y Compañía, en las oficinas de ésta, calle Hauteville. A las once de la noche debí llevarlo a su casa, víctima de un ataque de dipsomanía provocado por la admiración que le causaron las instalaciones de la revista, la ceremonia a que dio lugar la firma del contrato y los términos del mismo que le convertían en director nominal de la más lujosa publicación que hasta entonces apareciera en lengua castellana”. (Sux: 303).

…Empleó gran parte de su tiempo en ordenar una lista de futuros colaboradores, tanto artísticos como literarios, y lo mismo españoles que hispano-americanos y franceses (Sux: 304).

16 De hecho, la única publicidad de la revista eran los anuncios sobre las próximas salidas de libros o colecciones de la Casa Editorial financiadora de la edición. Los contactos con el mundo editorial también se dan en el caso de Mundial Magazine en dos aspectos: por un lado, la reseña constante de libros publicados por las editoriales francesas exportadoras de libros editados en español, especialmente destinados al mercado hispanoamericano, como Ollendorff, Garnier hermanos y Michaud. Por otro lado, en el caso de las dos últimas, existían vínculos comerciales más directos pues la casa Garnier tenía la exclusividad de la venta y las suscripciones para Brasil, mientras que las Ediciones Louis Michaud la tenían para Centro y Sud- América, al tiempo que tenía una página completa de publicidad en cada salida mensual de la revista. La Revista de América también destacaba la labor editorial de las casas francesas: “[El] distinguido director [de la librería Ollendorff ] se esfuerza en presentar al público de ultramar obras selectas de sus mejores talentos en hermosas ediciones. Mucho le debe y le deberá la cultura hispanoamericana.”; “La librería Michaud continúa (…) su obra de cultura. Hemos recibido algunos libros de las interesantes colecciones que publica” (“Libros recibidos”, nº5, octubre de 1912, p. 191).

17 Esta información figura en las notas que los periódicos montevideanos El Siglo y La Democracia dedicaron a la Revista, y que los editores transcribieron en “La Revista de América y la opinión” (a. II, nº13, junio de 1913, pp. 171 y174). Recordemos que, llamativamente, los financiadores también eran dos hermanos uruguayos.

18 “Comerciantes, impresores, proveedores de toda especie”, recuerda Davray, quien fungió como secretario de la Revue Sud-Américaine, en un artículo dedicado a Lugones pocos meses después de su muerte. Davray era traductor del inglés y colaborador de la revista emblemática del simbolismo francés, que dirigía Jean de Gourmont, el Mercure de France. Esta publicación era una de los anunciantes de la revista de Lugones, lo que habla de sus frecuentaciones con el grupo que la impulsaba. Davray recuerda también que Lugones había asumido la dirección de la revista “conjuntamente con Jules Huret” y que se propusieron “crear la más linda revista literaria, con la mejor presentación, la mejor impresión y el mejor papel”, mostrando una gran exigencia en todos los detalles. En el número de homenaje a Lugones de Nosotros, Baldomero Sanín Cano recordó a su vez que Lugones había conseguido en Argentina, suscripciones del ministerio de Relaciones Exteriores (1938: 341).

19Me interesa señalar la coincidencia de las publicaciones en cuanto a los lectores a los que aspiraban. He estudiado más detenidamente estos aspectos en trabajos anteriores.

20 En su tesis First Tango in Paris, Ingrid E. Fey (1996), menciona un artículo de Adolfo Dávila de 1890 en La Prensa de Buenos Aires, que presenta una verdadera síntesis del discurso social dominante respecto de la función estratégica asignada a la diplomacia dentro del proyecto modernizador de las elites dirigentes: “Una nación sin representación, sin personalidad diplomática en los mundos de la política internacional, es una nación pobre, secundaria, que carece de medios y de motivos para figurar al lado de las demás. Una nación mal representada es una nación que confiesa públicamente que carece de preparación y de capacidad moral para figurar dignamente en el escenario del mundo civilizado” (Fey 1996: 301, n.1). Los valores aquí desplegados contrastan con la impresión de Rubén Darío, en una crónica para La Nación también citada por Fey (306, n.9): “La diplomacia actualmente es, si se quiere, simplemente decorativa; sobre todo la de nuestros países en Europa”.

21 Tal doctrina, formulada en 1902, expresaba el repudio ante el bloqueo naval británico, alemán e italiano contra Venezuela, realizado con el fin de presionar a este gobierno para que reanudar el pago de su deuda externa que había sido suspendido temporalmente. El canciller Drago protestaba así contra la inacción de Estados Unidos y reclamaba que ese país invocara la doctrina Monroe en defensa de la soberanía territorial venezolana.

22 El número 1 estuvo dedicado a “México” (por Amado Nervo); el nº 2, a la España moderna; a partir del nº3 (sobre “La República Argentina”), Darío en persona asumió la presentación de cada país.

23 Leemos, por ejemplo, en el nº 5 de Mundial : « Vaya nuestro saludo a la Nación, a sus representantes en Europa y en particular, al Ministro de París, Dr. Puga Borul, (…) y al Ministro en Londres, Sr. Agustín Edwards, que acaba de conquistarse envidiables lauros diplomáticos con el arreglo de la cuestión Allsup y la brillante representación chilena en la coronación del rey Jorge ».

24 Pueden consultarse más detalles sobre esta cuestión en dos artículos que he publicado en 2014 y 2016. A modo de ejemplo: en la última página del nº2 de febrero de 1914, la dirección publica una breve nota dedicada a refutar falsos rumores acerca del “Le Crédit Argentin” (p. 320), oficiando casi de portavoz de la representación argentina: “Unos rumores lamentables han corrido respecto del crédito argentino…”. La nota transcribe las palabras del embajador Rodríguez Larreta, y destaca la entrevista que la revista ha tenido con él.

25 Ver, al respecto la crónica de Darío “El deseo de París”, del 6/10/1912 (Barcia 1977: 264-267). Contiene una evocación espontánea de los sentimientos y vicisitudes en torno a París como lugar donde volver real la consagración pero no universal sino dentro de sus países de origen o entre pares latinoamericanos.

26 Ambas publicaciones aspiraban a disputar el lugar ocupado en América por el Mercure de France (que había abierto su sección de Letras hispanoamericanas por recomendación de Gómez Carrillo –cf. Samurovic 1969). La prensa de la época percibió ese afán que, de hecho, las revistas materializaron en sus mismas páginas a través de las secciones de “revista de revistas”. Así, al cumplir un año, La Revista de América se ocupó de transcribir las noticias sobre su existencia, aparecidas en la prensa latinoamericana. Leemos, por ejemplo: “El Día, de La Plata: Acaba de aparecer el segundo número (…) de esta importante revista, que ya es un digno rival del Mercure de France.”; “La Prensa, de Lima: …Aparte del cuerpo de redacción, seleccionado entre los principales miembros de los círculos literarios hispanoamericanos de París, ha nombrado corresponsales-redactores en todas las repúblicas sudamericanas (…). Extinguido desgraciadamente El Nuevo Mercurio (…) que resultaba importante como lazo de unión y exponente de cultura (…), La Revista de América viene, pues, a llenar una verdadera necesidad. (…) El gran lírico, il ilustre Darío dirige actualmente en París un periódico de moldes aparentemente iguales al [de] García Calderón…” (“La Revista de América y la opinión”, a. II, nº13, junio de 1913, pp. 176-177).

27 Hay una nota de la redacción de La Revista de América, XIII 166 que condensa este sentimiento: al referir una conferencia de Graça Aranha en La Sorbona, y la presentación de Rostand, afirma: “Rostand saluda a este poeta que vuelve en las carabelas de los conquistadores a revelar a la Francia materna el prodigio de la imaginación brasileira” (Revista de América nº13: 166. El destacado es mío).

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