Orbis Tertius, vol. XXV, nº 32, e168, Noviembre 2020 - Abril 2021. ISSN 1851-7811
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria

Artículos

“¿Qué estás pensando?” Los diarios de Alberto Giordano en el cruce entre culturas

Mariano Ernesto Mosquera

Universidad de Buenos Aires - CONICET, Argentina
Cita recomendada: Mosquera, M. E. (2020). “¿Qué estás pensando?” Los diarios de Alberto Giordano en el cruce entre culturas. Orbis Tertius, 25 (32), e168. https://doi.org/10.24215/18517811e168

Resumen: El objetivo del siguiente trabajo es realizar una lectura de El tiempo de la convalecencia (2017) y El tiempo de la improvisación (2019) de Alberto Giordano como resolución singular de la relación contemporánea entre la cultura impresa y la cibercultura. En primer lugar, desplegaremos un análisis de los modos en que el autobiógrafo entiende su propia práctica (el posteo en redes sociales, posteriormente recopilado en libro) como un hibrido genérico de la cultura libresca. En segundo lugar, iluminaremos las tensiones entre la concepción de escritura presente en los textos y la lógica informática que constituye su condición de producción.

Palabras clave: Literatura Argentina, Autobiografía, Alberto Giordano, Redes sociales, Cibercultura.

“What's on your mind?” Alberto Giordano's diaries at a crossing of cultures

Abstract: The aim of this paper is to read El tiempo de la convalecencia (2017) and El tiempo de la improvisación (2019) by Alberto Giordano as a singular resolution of the contemporary relationship between printed culture and cyberculture. First, we will display an analysis of the ways in which the autobiographer understands his own practice (social network posts, later compiled in a book) as a generic hybrid of book culture. Second, we will shed light on the tensions between the conception of writing present in texts and the information technology logic that constitutes their conditions of production.

Keywords: Argentine literature, Autobiography, Alberto Giordano, Social networks, Cyberculture.

Algunas coordenadas previas

Ya es parte del consenso crítico que, como señala Andreas Huyssen (2002), estaríamos asistiendo en la contemporaneidad al surgimiento y la consolidación de la memoria como una de las preocupaciones centrales de la cultura y de la política de las sociedades occidentales. Sea pensado como ampliación de los límites del “espacio biográfico” (Arfuch, 2002), como “giro subjetivo” (Sarlo, 2005) o como efecto de las transformaciones de la intimidad (Giddens, 1998), hoy en día parece difícil negar que la “exaltación del yo” del modernismo (cuya genealogía nos permitiría remontarnos al decadentismo y al culto romántico del egotismo artístico) se encuentra por el momento retomada y exacerbada por una zona de la cultura occidental. Desde la multiplicación y proliferación de diarios, cartas, confesiones, testimonios, memorias y auto/biografías hasta la publicación de relatos, poemas, autoficciones e, incluso, ensayos críticos que borran o difuminan las fronteras de la distinción formalista literatura/vida, la transmutación de la propia biografía en obra de arte constituye una expresión clave de la producción simbólica de nuestros tiempos.

En el campo de los estudios literarios argentinos, la de Alberto Giordano probablemente es una de las voces críticas más importantes que ha ofrecido su perspectiva sobre este fenómeno. En un libro seminal para la problemática, el investigador postula la pertinencia de reconocer un “giro autobiográfico” en la literatura argentina contemporánea. Así, en sus trabajos encontramos sugestivos análisis de Elvio Gandolfo, Maria Moreno, Raul Escari, Daniel Link, Gabriela Liffschitz, Diego Meret, Inés Acevedo, Daniel Guebel, Luz Marus, entre muchos otros, que pavimentan el camino de sus propuestas críticas. Una de sus hipótesis más productivas es la de la existencia de una zona de estas textualidades en donde un grupo de escritores, reconociendo y reivindicando el influjo irreversible de la cultura pop sobre la producción simbólica general (desarreglo de las jerarquías, deflación del valor de la originalidad y la novedad) dan cuenta de que “con banalidades extremas e irredimible mal gusto también se pueden crear auténticas obras de arte (que la exhibición de algunas vulgaridades íntimas puede servir muy bien a la empresa de convertir en obra la propia vida)” (Giordano, 2008, p. 14).

En paralelo a esto, habría que considerar, como lo trataremos en las próximas páginas, que en las primeras décadas del siglo XXI fuimos testigos de la conversión de las computadoras interconectadas mediante redes digitales de alcance global en inesperados medios de comunicación. Desde el correo electrónico hasta Twitter, pasando por el MSN, Yahoo Messenger, Gmail, MySpace, Youtube y Facebook entre muchas otras, estas innovaciones de Internet aparecen como los mojones que encuadran la transformación de “la pantalla de la computadora en una ventana siempre abierta y conectada con decenas de personas al mismo tiempo” (Sibilia, 2008, p. 15). La revolución de la “Web 2.0” inició un torbellino en la producción de subjetividad cuyos efectos seguimos presenciando. Así, desde una perspectiva cualitativa, no se puede dejar de notar que una de las determinaciones más urgentes de la subjetividad contemporánea, como lo señala Paula Sibilia, es su tendencia a la construcción de sí como espectáculo. El ansia de visibilidad que recorre en extenso a la sociedad aparece coagulada como subjetividades alterdirigidas, gestión de sí mismo como marca en las redes sociales y confusión de lo íntimo y lo público en la “extimidad”. El leimotiv subjetivo del capitalismo del nuevo milenio es el de performar el “show del yo”.

Tal como lo hemos afirmado en otros trabajos (Mosquera, 2013), nuestro interés es relevar y analizar obras literarias donde las matrices de estos dos fenómenos encuentren una interacción, una tensión y una resolución singular. Siguiendo la relectura de Raymond Williams por parte de Juan Mendoza: “La emergencia de la cibercultura –en trance de ser hegemónica– se yuxtapone con la cultura industrial transformando también a lo letrado” (2011, p.59). Precisamente, la obra literaria reciente de Alberto Giordano es un objeto privilegiado para analizar estas relaciones.

En paralelo a su producción de una teoría y una crítica de la autobiografía, con El tiempo de la convalecencia (2017) y El tiempo de la improvisación (2019) Giordano se ha incluido en su propio corpus de estudio a partir de sus propias escrituras en las redes sociales. Observando un interés particular en el modo en que su práctica teórico crítica (a la que nos referiremos ampliamente) se anuda con su práctica de diarista, el objetivo de este análisis es iluminar la manera en que Giordano introduce un entrecruzamiento singular entre las variantes del género autobiográfico y la práctica del posteo en redes sociales deduciendo, finalmente, un subtexto de tensión entre sus concepciones de literatura y las operaciones silentes de las redes sociales sobre la subjetividad. Si cuando estudiamos las autobiografías de escritores jóvenes, la falta del propio archivo, la falta de obra, resultaba en una retórica proyectiva, el corpus con el que trabajaremos en adelante se induce continuamente en un trance sobre el balance de su producción pasada.

Los diarios del profesor

Desde el punto de partida, Alberto Giordano nos señala que El tiempo de la convalecencia (2017) y El tiempo de la improvisación (2019) se constituyen como “fragmentos de un diario en Facebook”. En las primeras páginas del primer libro, Giordano establece las figuras imaginarias con las que el sujeto de la enunciación habrá de investirse: “El diario de un padre y el de un huérfano, el de un profesor, un crítico y un moralista improvisado” (2017, p. 14). Imputable a sus “desvíos profesionales”, lo que se comprueba rápidamente es que estos diarios están cruzados constantemente por una hipervigilancia crítica, una autoconciencia formal y temática, en la que estas figuras imaginarias aparecerán como focos estructurantes: reflexiones sobre la relación con la hija (Emilia), recuerdos sobre el padre (fundamentalmente, una culpa muy fuerte por sobrevivirlo), meditaciones sobre la práctica de la docencia y la “investigación subsidiada” y las derivas evaluativas sobre distintos y variados aspectos de la vida. En este sentido, no es banal señalar que, como reconoce el propio diarista, el “gesto de obra” implica evidentemente una inclusión, sin escatimar en ironías y resistencias, en el propio corpus de su labor como crítico, inclusión que tiene un efecto en su propia actividad profesional: “Desde que me incluí en el corpus de referencia, como otro autobiógrafo en tiempos de redes sociales, mis performances retóricas sobre estos temas desbarrancan por la pendiente del egotismo casi desde el comienzo” (p. 242). Pero resulta de importancia señalar que tal gesto no se desarrolla sin ambigüedad respecto de lo que significa constituirse como escritor y, en un posicionamiento que, como ya señalaremos, es una constante del género, Giordano demuestra en varias ocasiones su incomodidad al aceptar esa figura y reconocer su práctica como literaria. Siempre “más allá” o “más acá” de la literatura, su estatuto es, inicialmente, indeterminado, quizá por el placer a la extraterritorialidad.

Respecto de nuestro objeto general, rastrear las interacciones entre la cultura letrada y la cibercultura en un corpus literario contemporáneo, una posible línea de interrogación se correspondería con el ejercicio de una crítica genética que tuviera como objeto la mediación entre las publicaciones en Facebook y lo que termina siendo incluido en el libro publicado. El diarista se inclina en varias ocasiones a evaluar la pertinencia o no de la inclusión de alguna entrada o la mención a la ayuda de alguna colega en su labor editorial para evitar redundancias o insistencias demasiado patentes. Pero esa no será la dirección de nuestro análisis sino que nos abocaremos, por necesidad de introducir un recorte en nuestro objeto y por decisión metodológica, exclusivamente a las obras publicadas en formato libro. Lo que sí resulta de relevancia para nuestro argumento es relevar los modos en los cuales el diario figura lo que sería una de sus condiciones de producción, la forma en que imagina la red social: “Bien se podría considerar a Facebook el último bastión de la cultura letrada en campo enemigo” (p. 68): esta frase, mezcla de humorada y de convicción auténtica, constituirá el centro de nuestra lectura, el objetivo de nuestra operación crítica. Pero para llegar a ese punto deberemos dar un rodeo argumentativo sobre la intervención genérica que implica este “gesto de obra” sobre el espacio autobiográfico.

En un congreso, una colega le comenta a Giordano que las coordenadas para leer su práctica de diarista son la espontaneidad y la interactividad. Poco resultaría decir del primero de los elementos cuando se trata de una escritura abigarrada e hiperreflexiva. Pero podríamos tomar el segundo elemento para desarrollar una lectura de las condiciones de producción, su origen como diario de Facebook, para comenzar a deshilvanar la textualidad. Por supuesto, aunque en realidad siempre depende de una decisión autoral y editorial, la interactividad de la que hablaba la colega entra en deflación en el libro. Lo que podemos observar son huellas, signos débiles de aquellos despliegues discursivos singulares que estuvieron a la orden del día en el perfil de Giordano. Sistemáticamente el texto edita los comentarios cotidianos de los lectores de Facebook, pero hay algunas excepciones, como la entrada del 18 de septiembre en El tiempo de la convalecencia, donde consigna, de un modo artificioso, narrativizante, las respuestas de Roberto Videla y Rodolfo Rabanal. Otros ejemplos pueden salir al paso, si se toma la interactividad propia de la red social en un sentido más amplio (sobre el que volveremos cuando analicemos una de las matrices genéricas de los libros): dejar un link, señalar que alguien acaba de subir algo a su muro, cruzarse con una foto que despierta una reflexión o un recuerdo, referir a las discusiones por el sistema de chateo de Facebook o a las fotos que acompañaban tal posteo, entre otras huellas significativas. Giordano sostiene una opinión interesante sobre la interactividad cibercultural: “Los comentarios a veces potencian el efecto literario de un posteo, otras lo limitan” (p. 36). En esta frase se condensa su perspectiva ambigua respecto de Facebook. Por un lado, se reconoce que la red social es un “teatro indecoroso” y afirma que Facebook es “esta red que puede volvernos más estúpidos” (Giordano, 2019, p. 243). Pero, por otro lado, sostiene que la publicación regular o el ejercicio cotidiano del “intimismo espectacular” (como señalábamos anteriormente a partir de los trabajos de Sibilia) puede disparar un proceso terapéutico singular respecto de otro tipo de escrituras. Es verdad, los “paseos” en la red a veces se tiñen de intolerancia o tedio hacia los automatismos espectaculares de ciertos sujetos (“Otra vez este pesado con las fotos de sus mascotas” [Giordano, 2017, p. 275]), pero lo que domina su actitud afectiva termina estando más definido por la “benevolencia” (tomada, según el propio diarista, en términos barthesianos) y el agradecimiento por el encuentro con nuevos amigos que alimentan cotidianamente de ideas, reflexiones y recuerdos personales la voracidad lectora de Giordano. Una de las ideas centrales que sostiene el diarista, en contrapunto con un reconocimiento del peligro encarnado en la operación espectacularizante, es que Facebook no fetichiza lo íntimo y que performar frente a una audiencia virtual puede resultar “una fiesta” (p. 51).1 Esta apelación a la fetichización nos permite iluminar brevemente un aspecto del diario: el que concierne a los momentos en que se perfila como ejercicio de memoria, en particular cuando se refiere a su padre. La memoria, señala Giordano, disciplina los recuerdos, les da una forma, una topología y una tropología particular. Pero el desafío es, para decirlo en términos barthesianos, “hacerle trampa” a esa disciplina y plantear otro modelo de memoria. En términos de Nelly Richard, aunque se refiera a otro problema, “queda por imaginar el trabajo de una memoria que no sea la memoria pasiva del recuerdo cosificado, sino una memoria-sujeto capaz de formular enlaces constructivos y productivos entre pasado y presente” (1994, p. 32). No se trata de recordar para dejar registro de los avatares particulares (los datos) de una biografía personal, sino de desplegar un proceso de transformación subjetiva, de reconocimiento de la extrañeza de la propia vida. En este sentido, Giordano señala que “la escritura del posteo [es] como una tauromaquia: no escribir sobre uno mismo sin ponerse en peligro (de cursilería o estupidez)” (2017, p. 129). Para comprender con mayor complejidad este punto se requerirán precisiones concernientes a la concepción de autobiografía que despliega y performa el diarista, y lo encararemos posteriormente. Por ahora terminemos de esbozar algunos aspectos de la forma imaginaria de Facebook que delinea las obras. El posteo en la red social no tarda en transformarse en un vicio y una necesidad, por lo que continuamente Giordano se impone unas guías de acción. Frente al inicio de un curso de Gustavo Galuppo sobre la obra de Chanel Akerman, el diario registra:

Asistiré al curso con curiosidad, un cuaderno de apuntes y ganas de apropiarme de lo que se presente. También con la decisión de observar una regla fundamental: esperar al menos a que pase una hora antes de esbozar mentalmente un posteo sobre cómo me fue en la resolución de desafío (p. 176).

Se trata de máximas de acción construidas con la más o menos implícita pretensión de frustrarlas y entregarse al “delirio de la vida” que constituye el diario. En varias ocasiones, el diarista señala la intención de dejar Facebook (todo un tropo ya clásico de los escritores en la era digital) o al menos espaciar las entradas pero, pese a sus intentos, el diario continúa (hasta la fecha de escritura de este artículo Giordano sigue posteando regularmente en su perfil). Por otro lado, la relación afectiva con la práctica del intimismo espectacular entraña una serie de contradicciones. En una instancia el diarista señala: “En general, no me molesta ni incomoda que lean lo que estoy escribiendo, si se trata de un ensayo. Mientras escribo un posteo, en cambio, me provoca una vergüenza intolerable” (2019, p. 167). Ahora bien, esa vergüenza esconde en su oscuro centro una demanda particular. Aquí se delinea una contraposición entre la figura del escritor giordanesca y la aireana (que es un personaje recurrente en estos diarios). Aira encarna una suerte de ética del renunciamiento: “La apuesta [de Aira] es extrema porque supone renunciar a cualquier forma consensuada de reconocimiento” (Giordano, 2017, p. 49). Se trata de liberarse de la visibilidad que podría otorgar la escritura en el sistema cultural; liberarse, en fin, del juicio de valor, para entregarse a una “errancia” por lo desconocido de las propias potencias. Giordano coquetea con esta posición, incluso llega a plantear que, a contrapelo de la lógica de Facebook, resistente a las experimentaciones estéticas, habría que practicar una escritura “tratando de no pasar obstinadamente como buenas personas” (p. 50). Pero la tonalidad afectiva del texto rompe con estas expectativas y Giordano mismo reconoce, no sin un dejo de saludable ironía, que escribe para “que me quieran” (Giordano, 2019, p. 116). Esta necesidad o demanda autoral solo adquiere sentido en una explicitada hipótesis fuerte de los libros que nos encargaremos de desagregar, ya que está en el centro de las transformaciones que son nuestro objeto. Giordano señala, abriendo el espacio a una interpretación genérica del uso de la red social, que el posteo “reflexivo” es un entrecruzamiento entre el diario, la correspondencia y el ensayo.

En primer lugar, entonces, aunque esto resulta un tanto autoevidente –porque así lo clasifica el propio título de las obras, el diario– partamos de una diferenciación originaria. Alan Pauls (1996), en un texto impecable sobre el género, señala que el diario nunca aparece sino que se encuentra. En el centro del género hay un cadáver y es el del propio autor. En este sentido debe leerse la fatalidad sensacionalista del género, que se constituye como un documento póstumo, imaginado para la posteridad. Aunque Giordano señala que parte de la intención de la publicación de los diarios está atravesada por un “fundamento de futuridad” (que nos encargaremos de analizar cuando lleguemos al problema de la alteridad), el diario, entre Facebook y el libro impreso, se constituye en un tiempo presente radical, en una virtual simultaneidad entre escritura y distribución basada en el principio de “extimidad”, tal como lo mencionamos anteriormente. Si Pauls tiene razón con que todo diario incluye su declaración de principios, dejemos por un momento que el diario hable solo. En el diario y en el diarista se puede constatar el intento de la producción de una figura de la supervivencia, del texto (en su posteridad) y del sujeto (respecto de la enfermedad, en este caso, la depresión). La notación circunstancial de lo cotidiano funciona como un triunfo parcial y contingente de la representación sobre lo indeterminado y aquella operación, como ya lo señalábamos, puede tener efectos terapéuticos comprobables. Ahora bien, este triunfo es fundamentalmente ambiguo, porque el diario no resguarda nada de la desaparición sino que es un memorial de sucesivas perdidas: “Todo diario es diario de duelo” (Giordano, 2017, p. 122). Resulta vital remarcar que esta afirmación se da en el marco de una reflexión sobre su experiencia como padre y será vital para nuestra posterior argumentación. Se trata, entonces, de un duelo, pero un duelo que se comporta como una imantación singular de la vida. La voracidad del diario se encuentra tematizada y problematizada continuamente. Esta “glotonería experiencial” se manifiesta en un movimiento pendular entre dos polos no dicotómicos. Por un lado, el diario como “diario de lecturas”. Coherente con su caracterización como “investigador literario subsidiado”, el diario está repleto de pequeñas lecturas, hallazgos bibliográficos e intento de publicitación (o, con menos suspicacia, visibilización).2 Se trata de una concepción del diario como archivo de citas sobre la potencia de lo literario. Aunque la dinámica de estas lecturas no es única (un capítulo aparte se podría realizar sobre su experiencia con los diarios de Ricardo Piglia), rescataremos un aspecto que sirve a nuestros intereses. En varias ocasiones, la lectura de alguna obra no se comporta como instancia de revelación de un elemento objetivo, sino como momento de autoreflexividad mediada por la lectura de la propia práctica de diarista. Pongamos un ejemplo. Giordano lee un ensayo de Juan Ritvo (una suerte de maestro sui generis) sobre una obra de Sergio Cueto. Allí, Ritvo piensa a Cueto como un “anatomista moral”, que “fija y al mismo tiempo potencia la ambigüedad existencial de los seres y las cosas” (Giordano, 2017, p. 96). Esta afirmación podría constituirse como la concepción de escritura que se observa en los textos de Giordano, su voluntad de impostarse como un “moralista francés” atravesado por Blanchot y Barthes (volveremos sobre esto). Del diario como “diario de lectura” pasamos al diario como “diario de escritor”. Aunque Giordano por momentos se interroga sobre si su posicionamiento no es un ejercicio de vanidad y duda sobre si transformar las entradas de Facebook en un libro, en otras instancias se decanta por la afirmación de que esos libros constituyen un “diario de escritor” porque “tuve presente, mientras lo llevaba, que había un lector al que quería resultarle interesante, no solo por el contenido de lo que anotaba, sino también por los modos de hacerlo” (Giordano, 2019, p. 54). No se trata de un mero registro documental de la biografía personal, sino también del descubrimiento procesual de un tono y unas técnicas de notación adecuadas para dar “sensación de vida”, es decir, un proceso de transformación e iluminación de la propia extrañeza. Por un lado, Giordano afirma que el diario es parte de la obra (por lo que, como haremos a continuación, leeremos este texto en serie con sus trabajos profesionales); por otro, el diario es la posibilidad más radical de componer una “vida en común” con el escritor. Pauls (1996) señala que el diario es un objeto paradójico, a la vez definido por su expulsión de la literatura y por el vértigo hiperliterario del entrecruzamiento constante de las entradas. Giordano aprovecha esta paradoja, sosteniéndola en un momento de pura interrogación y extraterritorialidad, y señala que saberse “fuera de la literatura” siempre constituyó un estímulo. Adentro o afuera, poco importa, como tampoco importa, por momentos (aunque siempre está presente la amenaza de ofender o herir), el estatuto privado o público del diario: “si en lugar de ser un diario de Facebook este fuera un diario privado” (p. 126), y continúa como si la captatio fuera meramente ritual. Todos estos motivos volverán transfigurados a continuación.

En segundo lugar, señalábamos, el posteo reflexivo de Facebook se constituye en el “imaginario genérico” de Giordano como correspondencia. Uno de los puntos para cualificar esta intuición, como ya lo señalamos, es la de la interactividad propia de Facebook y sus huellas más modestas en el libro impreso. Pero hagamos una deriva más conceptual. La apelación de Giordano hace resonancia con una declaración intelectual ya clásica: la del filósofo Peter Sloterdijk en Normas para el parque humano. La hipótesis que se constituye como punto de partida de la reflexión es la siguiente: “Los libros son voluminosas cartas a los amigos” (Sloterdijk, 2006, p. 19). Con esta afirmación se busca descifrar el principio estructurante de la concepción de humanismo del filósofo alemán: “humanismo es telecomunicación fundadora de amistades que se realiza en el medio del lenguaje escrito” (p. 19). Se trata solamente de un punto de partida porque la pretensión del texto es demostrar cómo ese modelo de sociabilidad se encuentra en ruinas en el presente. Resumamos brevemente el desarrollo argumentativo de mano de una de sus comentadoras:

Sloterdijk sostiene en su discurso que el “amansamiento” humanístico del hombre mediante la lectura obligada de unos textos canónicos ha fracasado ante la sociedad de la información y ante el cotidiano embrutecimiento de las masas con los nuevos medios de desinhibición; que el humanismo como ilusión de organizar las macroestructuras políticas y económicas según el modelo amable de las sociedades literarias ha demostrado su impotencia y se ha revelado, además, como una técnica para alcanzar el poder; que la nación, como subproducto de la escuela, y ésta, a su vez, como sucedáneo masoquista de la caserna militar, tiende también a su fin, aunque sólo sea por la desmilitarización de la imagen del hombre que ha traído consigo la civilización; que ya no bastan las dobles valoraciones ni las distinciones entre sujeto y objeto o entre señores y esclavos, puesto que el predominante factor de la información las ha disuelto; que con el desciframiento del genoma humano y lo que supone de intrusión de lo mecánico en lo subjetivo, se ha superado la idea del sometimiento de la naturaleza por parte del hombre y su técnica, y hay que hablar más bien de eugenesia y de «antropotécnicas» […]; y que ante la urgencia de tomar decisiones respecto a las cuestiones que estos hechos plantean al género humano, no basta ya con una moralizante “candidez” humanista (Rocha Barco, 2006, p. 11-12).

No es la intención de este artículo comentar críticamente esta interpelación a la constitución de un “posthumanismo”. Señalemos solo la resonancia entre lo que afirma Sloterdijk y lo que parece interrogar Giordano con su “imaginación genérica”. Por supuesto, no le imputaríamos caracteres humanistas al texto de Giordano, que se encarga de conjurarlo cuando hace una comparación entre la desorientación urbana de Rousseau como modo de afirmar la autosuficiencia y la propia desorientación como simple falta de pragmatismo. Lo que atraviesa a Giordano y lo aleja del humanismo es, en sus propias palabras, el psicoanálisis como descentramiento del sujeto. Pero hay algo de la “comunidad literaria” que señala Sloterdijk, lo que podríamos llamar también como “supervivencia imaginaria del campo literario”, que se sostiene en el texto. Aira, Monteleone, Serra Bradford, entre otros, serán los anclajes de estas relaciones “cándidas” y “generosas”, toda una telemática que inunda el texto. Ahora bien, el carácter de esta telemática no se construye, como en el humanismo, alrededor del otro como alter ego, la definición de sus potencias como identificación del poder común de participar en una razón natural cartesiana. Se trata de algo más humilde, sustractivo y antitotalizador: cada amigo despierta una calidad diferente de simpatía y la amistad “pasa por el reconocimiento de la extrañeza común” (Giordano, 2019, p. 39). Insistiremos sobre esta problemática del “otro” más adelante, cuando lo crucemos más firmemente con las nuevas condiciones ciberculturales.

En tercer lugar, el posteo reflexivo de Facebook se constituye como ensayo. Giordano reconoce la diferencia entre la notación circunstancial y la retórica argumentativa, pero el diario como ejercicio ascético de elipsis en varios niveles se emparenta con la práctica del ensayo tal como él la entiende. Las dos obras se tiñen con una indecibilidad entre las dos figuras: “Fue una verdadera revelación, que imagino tendrá proyecciones sobre mi trabajo, de ensayista o diarista, si es que todavía estoy a tiempo de diferenciarlos” (p. 178). En este sentido, conviene dar un salto a su obra teórica, para delinear cómo funciona el género ensayo en las obras. En “El discurso sobre el ensayo” (2015), Giordano parte de la intuición blanchotiana de la cultura como potencia homogeinizadora de lo singular. Frente a esto, el ensayo responde con una actitud ética del acontecimiento, que trata de encarar con conceptos que inquieten la estabilización moral del sentido, lo que en El tiempo de la improvisación llama, a través de una lectura de un libro de Claudia del Río (de nuevo el “diario de lectura” como interpelación a la propia práctica), “un estado de inocencia” (Giordano, 2017, p. 41) frente a los saberes instituidos. El pensamiento crítico trabaja en los intersticios que abre la emergencia de lo imprevisto para descomponer los fundamentos de la cultura que lo hizo posible y lo limita. Tal como ya señalamos, el pensamiento crítico implica un riesgo porque siempre supone un ejercicio espiritual de enfrentarse a lo nuevo y someterse a ser transformado por ello (no hay que dejar de marcar, los ecos foucaulteanos de este planteo). El ensayo sería una tentativa de articular, a través de la experimentación con formas argumentativas, la particularidad, intransferible, de las experiencias lectoras con la generalidad conceptual de los saberes interpelados por la narración de esa experiencia. De Montaigne a Adorno, el elogio del ensayo se enuncia contra las arrogancias del conocimiento pretendidamente totalizador, sistemático y objetivo. En este sentido, el ensayo constituiría una impugnación de las totalidades conceptuales que nunca ofrecen la objetivización de lo real. Volviendo a nuestro corpus, y reforzando la hipótesis que ya presentamos, Giordano afirma que quiere dejar “testimonio de aquello que nos gusta afirmar: que la crítica, si adopta la forma de la especulación ensayística, siempre es autobiográfica, que el crítico se sirve de la literatura y el arte para explorarse a sí mismo” (p. 211). El posteo de Facebook, coqueteando con los poderes del ensayo, sería una forma del “cuidado de sí mismo”. Giordano, como ensayista de la red social, se entrega más al goce que a la evidencia de lo afirmado, por lo que los mecanismos de la distancia irónica son fundamentales para establecer un enlace (inestable y contingente) con los compromisos afectivos, irrepetibles, de la lectura y la escritura. Estos compromisos encuentran una cristalización frágil en “la marcha zigzagueante de la especulación ensayística” (2017, p. 175) por lo que la elipsis, la interrupción, la superposición de materiales heterogéneos que no coinciden entre sí (ni consigo mismo) aparecen como una fuerza estructurante de los textos. Bruno Grossi (2019), en su reseña crítica del segundo libro de Giordano, presta particular atención a la discontinua progresión del balance del papel de la argumentación en el texto: desde el temor a “contaminar” con escritura ciertos objetos de placer hasta una concepción del ensayo que se escribe, feliz y azarosamente, distanciándose del peso de las premisas de las cuales se parte. En este sentido, el posteo de Facebook podría encarnar un ejercicio ensayístico solo si funciona como una forma de escapar a la tecnificación del lenguaje de la especialización institucionalizada; si es “juguetón”, “salto a la improvisación”.

El tiempo de la convalecencia y El tiempo de la improvisación se construyen alrededor de esta teoría del posteo como entrecruzamiento del diario, la correspondencia y el ensayo, teoría y práctica que implica una transformación genérica del espacio autobiográfico por la interacción entre la cultura letrada y la cibercultura.3 Pero todavía no llegamos a entender por qué “se podría considerar a Facebook el último bastión de la cultura letrada en campo enemigo” (p. 68). Para ensayar una respuesta deberemos dar otros pasos argumentativos, más sutiles pero no menos claves, que a la vez recuperen lo que ya señalamos.

Como Blanchot, Barthes es un fantasma constante en las páginas que nos ocupan. Aunque la figura del Barthes desmitificador contra la doxa y los clichés ideológicos se encuentra presente en los textos, la insistencia significativa que nos interesa recuperar pasa por otro lado, por lo que someteremos a la aventura intelectual barthesiana a una suerte de reducción estratégica. Recuperaremos partes de la extraordinaria lectura de Elena Donato (2013) sobre la relación entre la escritura y lo imaginario en el teórico francés. Partimos de su intuición: el enamorado es la mejor manera de definir al escritor. El amor liga a un sujeto con una imagen que es efecto puro, sin causa, no representativa sino práctica. La transformación del escritor comprometido en el escritor enamorado conlleva el desplazamiento del signo a la imagen como fuerza rectora. Como señala Eric Marty, el “prestamo lacaniano” de la noción de lo imaginario en Barthes no se realiza sin una suerte de suspensión de la fuerza teórica del psicoanalista, se trata de un préstamo lúdico que introduce un giro. En la lógica de la imagen en Barthes, el lenguaje propone formas de existencia y no formas de significación, ética y estética se vuelven indecidibles en la invención de formas de vivir juntos, neutralizar las oposiciones o preparar la vida para la novela (según los problemas de los últimos tres seminarios en el Collège de France). Aunque Donato descubre en toda la obra de Barthes estas líneas de interrogación, el texto seminal al que nos estamos refiriendo es, en tanto “discurso de lo imaginario en lo imaginario”, Fragmentos de un discurso amoroso. Si intentamos pensar cómo la figura del enamorado es la que más le conviene al escritor es porque estamos inmersos en el mundo de las imágenes. Retomamos a Marty para completar a Donato: “Lo imaginario, por lo tanto, no es en modo alguno el receptáculo o el reservorio de las imágenes, las emociones, los fantasmas, sino un proceso activo” (Marty, 2007, p. 227-228). Lo imaginario es un tipo particular de acto, un acto doble que conjuga y disocia el ser y la nada. A partir de aquí se declinan las características de la Imagen: la imagen del otro, el ser amado, tiene el estatus particular de ser la fuente de todas las imágenes; la imagen no tematiza mi relación con el otro sino que es el responsable mismo de la propia relación; la imagen se sitúa del lado de lo Uno, unicidad de la imagen y fundamento de la actividad imaginizadora. En el discurso amoroso barthesiano, el otro no tiene más existencia que la de la imagen, pero esto es lo contrario de cosificar al otro. Tampoco significa, como ya señalamos respecto de Giordano, que se transforme al otro como alter ego; esta dimensión se suprime para encontrar otra alteridad, menos convencional. Para nuestras intenciones críticas respecto al diario desplazaremos el amor romántico al amor filial por la hija, que nos permitirá iluminar la productividad de la reflexión barthesiana. Emilia es una fuente constante de sorpresas, el punto en el que el mundo se abisma, se fuga. Y aunque en ciertas ocasiones se imputa esa otredad a la diferencia generacional (por ejemplo, en los modos de escribir mensajes en las aplicaciones de chat), la relación nunca se define en esos términos. Habría que elaborar un close reading de una escena para establecer las coordenadas. Una mañana, Emilia le dice:

―¿No me tenías que llamar a las 10 para despertarme? (Son las 11:15)

La falta de respuesta inmediata denuncia que ni siquiera recuerdo haberme comprometido.

―Menos mal que me desperté sola.

―Un buen padre debe enseñar hasta que se prescinda de él.

―También que se desconfíe de sus promesas.

―Veo que ya estás despierta (Giordano, 2017, p. 132).

Nos encontramos, a primera vista, con un intercambio agonístico, un juego de astucias. Frente al olvido del pedido de la hija, Giordano responde con un elemento de un deseo que atraviesa toda la obra. Por un lado, la intención paradójica de legarle una “orfandad radical” (p. 41), el deseo de la entrada en el riesgo y la aventura de la vida. Pero esa orfandad viene en forma de libro, específicamente la obra que nos ocupa. El libro está dedicado a Emilia, “porque es un libro que podría servirle, cuando ella sea mayor y yo haya muerto, para recordarme con amoroso sarcasmo: ‘se creía escritor’, ‘se hacía el filósofo’” (p. 284), y agrega:

apuesto a la supervivencia de ese tono, uno de los que prefiero escuchar cuando los hijos, ya mayores, recuerdan a sus padres y los celebran sin sentimentalismos ni idealizaciones, como agradeciéndoles que hayan sabido preservar el espíritu infantil, juguetón y pretencioso (p. 284).

Paradójicamente, el contacto con la intimidad de su padre, permitiría a Emilia alcanzar esa “orfandad radical”, por el éxito variable del encuentro con ese tono que se resiste a la idealización o a la espectacularización: “modos de decir o transmitir afectos singulares, de señalar una dimensión de la existencia que no quedó capturada por la lógica exhibicionista del espectáculo” (Giordano, 2019, p. 55). En este sentido abogamos por una lectura del fragmento anterior que no se deje seducir por el modelo dialéctico. El “veo que ya estás despierta”, además de un gesto de reconocimiento del valor de fraseo de su hija, es la huella de la aparición del otro como imagen pura, imagen que se construye en el apartamiento respecto de las expectativas. En tanto imagen del otro amado, se trata de una imagen constituyente, fundamento de la función imaginizadora: un buen ejemplo de esto es la serie de entradas que comienzan con “cruzo la ciudad en taxi para llevar a mi hija a la clase de fotografía” (2017, p. 82). El punto que queremos reconocer aquí es que la función de la hija en tanto otro amado es siempre la irrupción de una falta del lenguaje, una interrupción, falta que despliega a su alrededor, como forma paradójicamente compensatoria, todo un discurso que rodea a ese otro, no para identificarlo o clasificarlo (los esfuerzos de Giordano para no hacer de Emilia una mera “adolescente contestataria” son formidables), sino para señalar precisamente ese giro en el vacío de la actividad simbólica, su insuficiencia. Un insulto (29 de diciembre), un silencio (15 de abril) o una mirada (21 de junio) servirán como indicios de la potencia de la imagen. La tonalidad ética de su escritura se resume en la figura final de Fragmentos de un discurso amoroso, el “No-Querer-Asir”. Esta figura no implica un renunciamiento a la relación con el otro, sino un trabajo activo, una posición meditativa, un conocimiento del no-conocimiento que se emparenta mucho con la filosofía oriental y con el “pensar no objetivante” heidegerreano. En palabras de Marty: se trata de “acceder a una suerte de suspensión de lo Imaginario, de llegar a un no-lugar, un desconocido, un no-conocimiento, un ser-ahí silencioso” (2007, p. 280). Esta figura, por un lado, se emparenta con la sugestividad con la que Barthes se presenta a Giordano, su renuncia al metalenguaje y su pensar crítico que no objetiva la literatura, con lo que toda nuestra reflexión sobre el papel del ensayo en nuestro diarista encuentra su justificación. Por otro lado, es la propia concepción de literatura con la que se maneja Giordano: “la inclinación a responder con palabras a las presiones de lo indecible” (Giordano, 2019, p. 134). En este sentido, la literatura para Giordano se mueve entre dos polos sin encontrar estabilidad: “Nunca se consigue hablar de lo que se ama”, ocurrencia barhesiana, y “solo se puede hablar de lo que se ama”, operación de Elena Donato.

Ahora se puede empezar a atisbar lo que Giordano sentenciaba: “se podría considerar a Facebook el último bastión de la cultura letrada en campo enemigo” (p. 68). Lo que surge como el fondo oscuro de todo el derrotero teórico y literario de Giordano es el propio modo de funcionamiento de Facebook, las redes sociales e internet en su conjunto respecto de la subjetividad. Partamos de una caracterización superficial. Se pueden entender varios gestos de Facebook a sus usuarios como torpes interpelaciones ideológicas althuserianas: “¿Qué estás pensando?”, “Amigos que quizás conozcas”, etc. Pero el procedimiento singular de estas redes respecto a la producción de subjetividad contemporánea exige un movimiento crítico de mayor complejidad, que lea las operaciones “por debajo” del espectáculo del yo y la extimidad de Sibilia. Llamaremos a este mecanismo “gubernamentalidad algorítmica”: “Puede denominarse proceso de gubernamentalidad algorítmica a aquello que transcurre en la vigilancia distribuida e inmanente a través de los perfiles de redes” (Rodríguez, 2019, p. 359, las cursivas son del original). Retomando los trabajos de otros investigadores, Rodríguez señala que este proceso presenta tres etapas: en primer lugar, la “datavigilancia”, la explosión de la recopilación y conservación automática de los datos (un posteo, un “me gusta”, un comentario a un amigo); en segundo lugar, la “minería de datos”, que explota el yacimiento generado por la datavigilancia en función de un análisis automatizado que busca hacer emerger correlaciones sutiles; en tercer lugar, la “datanticipación”, en el que se utilizan esos perfiles en un sentido probabilístico para la anticipación de los comportamientos individuales, anticipación en la que se interviene con contenidos probabilísticamente definidos para el usuario singular. Debajo de la “democratización de la expresión” que implican las redes, hay un proceso de transformación del individuo en datos y recomposición posterior que da como resultado un individuo relacionado, pero en principio no igual al individuo antes de ser transformado. Se trata de la doble faz de las redes sociales: “al mismo tiempo que el perfil prefigura una ‘tecnología del yo’ para el supuesto individuo que pretende relacionarse con él, deriva ese vínculo a un sistema de predicción de comportamientos que necesitará en definitiva su anuencia” (Rodriguez, 2019, p. 459). La potencia de este proceso es el acercamiento asintótico entre individuo y perfil, el éxito de la predicción y la subjetivación que implica. Se entiende ahora el cariz de la frase que organizaba nuestro análisis: en el marco de una concepción de la literatura como No-Querer-Asir, el “campo enemigo” será esa fuerza y ese procedimiento de perfilización, que no es más que un nombre para el “Querer-Asir”. Giordano lo reconoce en un solo momento y es en palabras de otros: “Miserias de la red: todos somos algoritmos y el azar no es azar y el encuentro no es encuentro. Hay cálculo y resultados” (Giordano, 2019, p. 180). Después y antes de esto, se comporta como si ese problema fuera el problema de otros, un rumor que llega de lugares lejanos, conquistando un “estado de inocencia”. Resulta interesante comparar este fragmento con la afirmación de que con la “sensación de vida” se transmite una intimidad entre “la idea de ‘existencia humana’ y las de ‘indefinición’, ‘azar’ e ‘incumplimiento’” (p. 241). ¿Cómo se compone la gubernamentalidad algorítmica con la azarosidad de la existencia humana? No se tratará de dar una respuesta a tal interrogante, pero sí podemos señalar una tangente interesante. El No-Querer-Asir o la relación entre ensayo y literatura en Giordano comportan una apertura al acontecimiento en tanto posibilidad, posibilidad que se resiste a ser cosificada o codificada. Por su lado, el Querer-Asir de las redes sociales implica una gestión del devenir y una captura (“mercantilizable”, en una instancia) del acontecimiento. Si la reflexión sobre el posteo reflexivo como diario, ensayo y correspondencia implicaba una lectura de la cibercultura desde la cultura letrada, la relación entre probabilidad y acontecimiento en la propia práctica de escritura del “intimismo espectacular” será el sometimiento oscuro y silencioso de la cultura letrada por la cibercultura. ¿En la publicación del diario en formato libro, se produce una interrupción de esta dinámica? La mesa está servida para la polémica.

Referencias

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Notas

1 Esta intuición está en el centro de la lectura de El tiempo de la convalescencia de Renata Fernandes Magdaleno (2018). Desde una perspectiva similar a la nuestra y recuperando también los trabajos de Sibilia, Fernandes Magdaleno plantea que el ejercicio del “posteo” en Giordano (aunque cabe extrapolarlo fuera de los límites de nuestro objeto) se constituyen como una performance, marcada por la interactividad y la negociación colectiva del sentido, una “fiesta”. Ahora bien, de forma muy incisiva y en clave anticipatoria de las interrogaciones de nuestra conclusión, Fernandes Magdaleno se pregunta si esta dinámica se interrumpe en la publicación en formato libro, concluyendo, de la mano de los trabajos de Diana Klinger, que toda “escritura de si”, al escenificar dramáticamente la duplicidad del sujeto en cuestión (persona y personaje), puede entenderse en las coordenadas de la performance.
2 Martin Kohan (2019), en su reseña del segundo libro de Giordano, hace de la figura del académico la clave de su lectura, construyendo no una escritura “libre”, que desconocería las líneas de fuerza que lo determinan (planteándose entonces como “anti-intelectualista”), sino una escritura “liberada”, marcada por la autocrítica y por el artesanal deshilvanarse de los protocolos y las frustraciones burocráticas de la investigación subsidiada. Este “trabajo de sí” implicaría abrirse a la incertidumbre, a la improvisación, lo que según Kohan le permite evitar la devaluación de la escritura típica de su diagnóstico de las literaturas del yo. En Giordano, el “yo”, instanciado por la improvisación, se encontraría disperso, ya no susceptible de los “excesos” autocelebratorios. Retornaremos sobre las problemáticas de la incertidumbre, el azar y la indeterminación cuando argumentemos sobre la eclosión de lógicas culturales en los diarios.
3 Sergio Chejfec (2019), en su reseña del segundo libro, agrega a esta intersección genérica que presentamos la matriz del “fragmento” como forma de “lo indeterminado” (concepción sobre la que retomaremos en las siguientes páginas). En este sentido, sería útil preguntarse, aunque queda por fuera del foco de este artículo, qué vinculaciones hay entre la práctica y la teoría de Giordano y los paradigmáticos usos románticos del fragmento. Y esto podría llevarnos más allá: ¿Qué extraños ecos hay entre la ironía fragmentaria de los románticos y la ironía fragmentaria de los internautas de las redes sociales?

Recepción: 10 Junio 2020

Aprobación: 15 Septiembre 2020

Publicación: 6 noviembre 2020

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