OT Orbis Tertius, vol. XXIX, núm. 40, e308, noviembre 2024 - abril 2025. ISSN 1851-7811
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria

Artículos

Sobre ‘Lo literario y lo social’, de Robert Escarpit

Hernán Maltz

Universidad de Buenos Aires, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Universidad de Belgrano, Argentina
Martina Guevara

Universidad de Buenos Aires, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Universidad Pedagógica Nacional, Argentina
Eugenia Vázquez

Universidad de Buenos Aires, Instituto de Enseñanza Superior en Lenguas Vivas “Juan Ramón Fernández”, Argentina
Cita recomendada: Maltz, H., Guevara, M. y Vázquez, E. (2024). Sobre ‘Lo literario y lo social’, de Robert Escarpit. Orbis Tertius, 29(40), e308. https://doi.org/10.24215/18517811e308

Resumen: La cita de protocolo para referirse al trabajo de Robert Escarpit sobre la sociología de la literatura es Sociología de la literatura. Pero, en las líneas que prosiguen, proponemos una lectura de otro de sus textos: “Lo literario y lo social”. Incluido en Hacia una sociología del hecho literario, un volumen colectivo dirigido por él mismo, en “Lo literario y lo social” Escarpit retoma y redefine su programa anterior de sociología de la literatura. En nuestro itinerario, comenzamos con una advertencia acerca del carácter polifacético de la producción intelectual del autor en cuestión (que, además de títulos de sociología de la literatura, también publicó obras de literatura, de historia literaria y de teoría de la comunicación, entre otros temas). Luego, nos adentramos en una lectura minuciosa de “Lo literario y lo social”, con especial énfasis en dos dimensiones: por un lado, el establecimiento programático y reflexivo de una sociología de la literatura plural (a partir de la consideración de un acervo bibliográfico heterogéneo); por otro, la construcción de una sociología de la literatura vinculada con la oposición a nociones elitistas de la literatura.

Palabras clave: Sociología de la literatura, Sociología, Estudios literarios, Argentina, Francia.

On “Lo literario y lo social”, by Robert Escarpit

Abstract: The protocol quotation for Robert Escarpit’s work on the sociology of literature is Sociología de la literatura. But, in the following lines, we propose a reading of another of his texts: “Lo literario y lo social”. Included in Hacia una sociología del hecho literario, a collective volume directed by himself, in “Lo literario y lo social” Escarpit takes up and redefines his earlier program of sociology of literature. In our itinerary, we begin with a warning about the multifaceted character of the intellectual production of the author in question (who, in addition to titles on the sociology of literature, also published works on literature, literary history and communication theory, among other topics). We then delve into a close reading of “The Literary and the Social”, with special emphasis on two dimensions: on the one hand, the programmatic and reflexive establishment of a plural sociology of literature (based on the consideration of a heterogeneous bibliographic collection); on the other, the construction of a sociology of literature linked to the opposition to elitist notions of literature.

Keywords: Sociology of Literature, Sociology, Literary Studies, Argentina, France.

I. Introducción

Entre los más de sesenta libros publicados por Robert Escarpit1, prima la dispersión: hay trabajos especializados, ensayos periodísticos y obras literarias, tal como advierte Laurence Van Nuijs (2007, p. 107). Según esta autora, dentro del cuantioso conjunto, dos son los principales exponentes de su intervención en los dominios de la sociología de la literatura: Sociología de la literatura (Escarpit, 1962a) y Hacia una sociología del hecho literario (Escarpit et al., 1974). Aparecidos en sus primeras ediciones francesas en 1958 y 1970, respectivamente (y con el detalle de que el segundo sufrió una sustantiva alteración en su título, ya que el original se llama Le littéraire et le social. Éléments pour une sociologie de la littérature), se trata de dos tipos diferentes de trabajo: el primero es una iniciativa monográfica asimilable a un manual introductorio, mientras que el segundo es un volumen colectivo, conceptualmente más denso y heterogéneo, que, además de las cuatro contribuciones de Escarpit (1974a, 1974b, 1974c, 1974d), cuenta con textos firmados por Pierre Orecchioni, Jacques Dubois, Charles Bouazis, Henri Zalamansky, Robert Estivals, Gilbert Mury, Nicole Robine, Paul Otlet, E. Röthlisberger y Nicolas Rubakin.

Vale no dar por obvia una cuestión relevante: ambos títulos forman parte del conjunto de libros de Escarpit traducidos al español (Sociología de la literatura incluso cuenta con varias ediciones en diferentes países). Repasemos, en orden cronológico ascendente, una buena cantidad de los títulos aparecidos en esta lengua (repartidos, en su mayoría, entre la Argentina, España y México), solo para tener un vistazo acerca de las dispersas inquietudes de Escarpit: Historia de la literatura francesa (1948), Contracorrientes mexicanas. Baratillo de impresiones e ideas (1957), El humor (1962b), El deseo de leer (Barker y Escarpit, 1974), La revolución del libro (1968a), Carta abierta a Dios (1968b), El fabricante de nubes (1970), Escritura y comunicación (1975), Teoría general de la información y la comunicación (1977a), Los reportajes de Chepa Rulo (1981), Teoría de la información y práctica política (1983) y El pequeño dios Okrabe (2000).2 Estos títulos muestran algunas de sus facetas intelectuales, que, más allá de su condición de profesor universitario de literaturas comparadas, alcanzaban otros niveles: historiador del libro, periodista, escritor de ficción y teórico de la comunicación, además de, por supuesto, propulsor de la sociología de la literatura –y para esto último también creó y dirigió, desde 1960, el Centro de Sociología de los Hechos Literarios, renombrado en 1965 como Instituto de Literatura y Técnicas Artísticas de Masa.3

Según el perfil elaborado por Van Nuijs, se trata de un autor poco leído en el ámbito francófono (2007, p. 108).4 Más allá de sus numerosas traducciones al español, en el mundo hispanohablante parece haber corrido una suerte similar. Si nos remitimos a la Argentina, es cierto que encontramos algunas citas especialmente relevantes, como ocurre con el epígrafe que David Viñas había elegido para Literatura argentina y realidad política (Viñas, 1964, s/p).5 Sin embargo, por lo general se trata de referencias evanescentes, habitualmente dedicadas a su obra más reconocida, Sociología de la literatura, aunque también se reiteran otras sucintas alusiones a La revolución del libro y El humor (Carrilla, 1968, pp. 17-18; Garasa, 1973, pp. 18 y 22; Altamirano y Sarlo, 1977, pp. 24-25; 1980, pp. 36-39, 55 y 81; 1983, pp. 95-96, 101, 105-106 y 127; García Canclini, 2001, p. 17; Steimberg, 2001, p. 104; Cevasco, 2002, p. 162; Croce, 2005, p. 125; Parada, 2012, pp. 44, 66 y 253; Sorá y Novello, 2018, p. 211; Szpilbarg, 2019, p. 25n; Herzovich, 2020, pp. 144-145; Bombini, 2021, p. 48; Bonini, 2022, pp. 3-4). Menos frecuente es la referencia al libro que nos interesa en las líneas que prosiguen, Hacia una sociología del hecho literario, del que solo hallamos un puñado de menciones con algún grado de especificación: Altamirano y Sarlo (1983, pp. 95-96), Vanoli (2009, p. 161) y Maltz (2020, pp. 262 y 266). Pero solo este último se refiere a “Lo literario y lo social” (1974a), mientras que los tres primeros aluden a otro de los textos de Escarpit incluido en la compilación: “Éxito y supervivencia literarios” (1974b).6

Por lo tanto, no solo escasean, sino que casi no hay, en nuestro país, referencias explícitas a “Lo literario y lo social” (1974a), lo cual supone un claro indicador de la poca –por no decir prácticamente nula– relevancia que se le ha otorgado al trabajo más maduro de Escarpit sobre la sociología de la literatura. A continuación, entonces, esbozamos una lectura de dicho texto, en que posamos nuestra atención sobre dos cuestiones: por un lado, el establecimiento programático y reflexivo de una sociología de la literatura plural; por otro, la concepción de una sociología de la literatura que se opone a la condición elitista de la cultura literaria.

II. Por una sociología de la literatura plural

Como punto de partida, nos dirigimos al final de “Lo literario y lo social”. En el último párrafo, Escarpit consigna: “De todo ello parece desprenderse que no sería adecuado hablar por el momento de una sociología de la literatura” (1974a, p. 43; itálicas en el original).7 Esta afirmación conclusiva, vinculada con la concepción de una sociología de la literatura plural, remite por lo menos a dos cuestiones: por un lado, la cautela sobre las posibilidades de arribar a definiciones conceptuales unificadas; por otro, la consideración de un acervo bibliográfico heterogéneo, conectado con la existencia de un repertorio de diferentes preocupaciones teóricas y propuestas metodológicas.

Con respecto a la cautela teórica, Escarpit ofrece, en el mismo párrafo de clausura, otra definición clave, que, en verdad, es una metadefinición, pues se vincula con la dificultad –acaso la imposibilidad– de brindar delimitaciones compactas y únicas sobre lo literario y lo social. En la última oración del texto, sostiene: “Sería en todo caso imprudente, en el mundo en permanente cambio en que vivimos, tratar de afirmar una verdad de la literatura frente a una verdad de la vida social” (1974a, p. 43). El mensaje de cierre (un final abierto) es taxativo: no hay una única definición sobre lo literario ni, tampoco, una única definición sobre lo social.

El autor ya había postulado la gran opacidad de lo literario tanto en el comienzo del texto como en el inicio del último apartado (“El ámbito de los estudios y los métodos”). En las primeras oraciones, declara: “Nada menos diáfano que el concepto [de] literatura. La palabra misma comporta una gran variedad de usos y su contenido semántico es tan rico como incoherente (…). Resulta de hecho imposible aprehender la literatura en una sola operación intelectual” (1974a, p. 13). Hacia el final, recuerda que “la literatura es un concepto no coherente” (p. 40). A diferencia de estas aclaraciones, no hay precisiones anteriores sobre la condición también múltiple de lo social. Sin embargo, en la oración de clausura que citamos en el párrafo precedente, remata con una equiparación entre lo literario y lo social, basada en la insensatez que supone brindar una única definición de cada uno de dichos términos.

Ahora bien, la afirmación de que “no sería adecuado hablar por el momento de una sociología de la literatura” (p. 43) no solo deriva de una cautela teórica, sino de la contemplación y el conocimiento de un repertorio bibliográfico heterogéneo, que se conecta, por supuesto, con una variedad de corrientes conceptuales y opciones metodológicas. En cuatro párrafos sucesivos, que a continuación traemos a cuenta de manera sintética, Escarpit reúne lo que concibe como distintos tipos de visiones sobre el área de estudios.

En el primero, apela a cuatro nombres clave, a priori no necesariamente afines entre sí: René Wellek, del que cita Teoría de la literatura (en coautoría con Austin Warren), pues “superpone un esquema de comunicación social al hecho literario considerado como objeto fundamental del estudio y sugiere una sociología del escritor, una sociología de la obra y una sociología del público” (p. 41); Georg Lukács y, entre sus discípulos, Lucien Goldmann, a quienes Escarpit reconoce sus contribuciones orientadas a una sociología de la obra; Richard Hoggart (y, en su figura, el Centro de Estudios Culturales Contemporáneos de Birmingham), al que concede el mérito de “haber abordado los otros dos aspectos del problema” (p. 41): el escritor y el público. Como denominador común de estos cuatro nombres, Escarpit apunta que “[l]a característica de esta actitud de conjunto consiste en arrancar de lo literario, pasar por una metodología sociológica y llegar así a un hecho literario socializado” (p. 41), aunque, vale la advertencia, no parecería que “metodología sociológica” pueda significar lo mismo para cada uno de tales autores, incluso si aceptaran la adjudicación de dicho sintagma a sus quehaceres intelectuales (y otro tanto ocurre, de manera análoga, con la expresión “hecho literario socializado”).

El segundo bloque se aboca a un solo nombre que, por su relevancia en el campo intelectual francés de mediados del siglo XX, se lleva una parte importante de la atención: Jean-Paul Sartre. Escarpit se refiere a ¿Qué es la literatura? y dice que el enfoque de este punto de vista “[c]onsiste en partir de lo literario para situarlo en lo social mediante un método dialéctico que hace intervenir simultáneamente el análisis de lo literario y de lo social” (p. 41). A continuación, Escarpit apunta que dicha obra “no es sino un bosquejo” (p. 41); sin embargo, tal vez por la primacía sartreana de mediados del siglo XX, el autor se autoinscribe en dicho enfoque, pues “dibuja el camino que parece deberán seguir quienes están implicados en una praxis social. Esta es la perspectiva en que personalmente quisiéramos integrarnos” (p. 41).8

En tercer término, Escarpit identifica desarrollos ubicados en los Estados Unidos, en particular los trabajos de J. H. Barnett y B. Berelson (autores desconocidos en latitudes rioplatenses), y remite, de manera concreta, a un libro del segundo: The Library’s Public. Esta tercera actitud, “[f]undamentada en una sociología del arte o una psicosociología de la comunicación, consiste en arrancar de lo social para regresar a lo social, incluyendo en ello el elemento literario” (pp. 41-42). El autor no omite el hecho de que este tipo de estudio es “muy complejo, porque, como sabemos, los modos de aprehensión del elemento literario son numerosos y contradictorios” (p. 42). Resulta llamativo que, en este mismo párrafo de los autores norteamericanos, Escarpit también trae a cuenta a la lingüística moderna, en especial a los lingüistas saussurianos y la figura de Roland Barthes; sobre este último agrega, en una nota al pie, que “toda la obra de Roland Barthes, y en particular sus Essais Critiques de 1964, se refieren muy directamente a la sociología de la literatura” (p. 42n).9

Por último, Escarpit se aboca a la cuestión pendiente de “considerar la actitud que consiste en partir de lo social para terminar en lo literario a través de itinerarios más o menos definidos” (p. 42). Sin embargo, sentencia que “nada permite afirmar que este camino sea practicable” (p. 42). No hay nombres propios en este segmento, aunque, huelga que marquemos otra curiosidad, hay una pregunta en torno a la posibilidad de que haya respuestas desde otras latitudes, particularmente desde países socialistas y periféricos: “es posible que nos llegue un día una solución del Tercer Mundo o de la China popular, pero no es seguro que sea una solución al problema de lo que llamamos la literatura en el mundo, capitalista o socialista, del desarrollo industrial” (p. 42).

La presentación de esas cuatro visiones o actitudes, como las llama el propio Escarpit, no resulta del todo sistematizada ni convincente (al menos en términos de que son mencionadas y explicadas superficialmente, obviando su justificación). De todas formas, halla un factor común en torno a algunas preocupaciones, lo que le permite “discernir una sociología del libro (...), una psicosociología de la lectura y una sociología de la obra literaria, cada una de las cuales es susceptible de ser abordada bien como teoría, bien como praxis” (p. 42; cursiva en el original).10 Estos diferentes objetos, dentro de una sociología de la literatura plural, reclaman “un arsenal metodológico muy flexible, cuyas dos armas fundamentales serían el análisis estructural o dialéctico para el estudio de lo particular y el aprovechamiento de las técnicas estadísticas para el estudio de lo múltiple” (p. 42). Tal es el final del breve recorrido de Escarpit, que lo lleva a afirmar aquella conclusión que elegimos como comienzo, vinculada con la insensatez que supondría hablar de una sola sociología de la literatura (p. 43).

Una vez repuesto el argumento del tramo final de “Lo literario y lo social”, vale entonces destacar la preocupación por concebir y elaborar una sociología de la literatura plural (para quienquiera que se haya interesado en este área de estudios, tal parecería ser un primer paso esencial, en el sentido de reconocer la existencia de una gran dispersión de objetos de estudio, corrientes teóricas, autores relevantes, etcétera).11 A pesar de algunas formulaciones que resultan un tanto alejadas de una elaboración precisa y solvente (como las cuatro actitudes descriptas, que no parecen ser muy compactas ni estar planteadas más que como ideas en proceso), Van Nuijs sostiene que el programa de Escarpit es coherente y unívoco:

…la sociología de la literatura representa, tanto a nivel programático como práctico, un vasto y ambicioso proyecto contextual, objetivo, empírico y metódico, cuyo objetivo es contribuir a una mejor comprensión del funcionamiento del “hecho literario” y reparar las insuficiencias de los abordajes de la literatura demasiado textualistas, selectivos, especulativos y poco metódicos. De este modo, es decir desde una perspectiva epistemológica y, por lo tanto, desde la correlación entre la teoría y la práctica, el programa de investigación resulta coherente y unívoco. (2007, p. 115; traducción propia).12

Además de su coherencia, basada en los atributos señalados por Van Nuijs, resulta valioso el esbozo de un programa amplio y plural, que contemple a autores como Wellek, Lukács, Goldmann, Hoggart y Barthes –y esta voluntad plural parece haber sido pasada por alto por quienes han encasillado a Escarpit ora como empirista (Altamirano y Sarlo, 1977, p. 25), ora como positivista (Sapiro, 2016, p. 31)–.13 Sobre esta cuestión, Van Nuijs consigna tres direcciones en que se desarrollaron los trabajos de Escarpit en la École de Bordeaux: trabajos empíricos, trabajos de reconstrucción socio-histórica y trabajos empírico-interpretativos (2007, p. 115). Aun sobre estos tres tipos de abordaje, habría que agregar una cuarta opción, en que el trabajo sobre lo conceptual predomina, tal como ocurre en “Lo literario y lo social”.

Por si tales niveles no bastaran para dar cuenta de la complejidad de un programa de sociología de la literatura, incluso Van Nuijs añade otro nivel significativo, una preocupación ética que excede los ámbitos de especialización de los estudios literarios. Se trata de la aspiración a intervenir en dimensiones políticas y sociales más extensas, a propósito de una serie de fundamentos y convicciones: “El compromiso de Escarpit responde a ciertos valores y creencias: la creencia en la posibilidad de una cultura popular auténtica, el sueño de una cultura universal y laica, la creencia en el poder emancipador del libro y la cultura impresa” (2007, p. 116; traducción propia).14 A su vez, estos valores se hallan en las propias formulaciones conceptuales: por ejemplo, como pasamos a revisar a continuación, en sus elaboraciones sobre (y contra) el carácter elitista de la literatura.

III. Contra el elitismo en la literatura

Como expresamos en el apartado anterior, Escarpit afirma que la literatura es un concepto incoherente (1974a, p. 13). No obstante, dentro del múltiple abanico de posibilidades que este veredicto necesariamente abre, el elitismo persiste como un rasgo distintivo a lo largo de su argumentación y permite esbozar una concepción más hermética, personal y consistente de lo que significa para él la literatura. Ya sea desde la teoría literaria, la historia de la literatura o la crítica literaria, el “elemento literario” (p. 13) tiene como “único rasgo común (...) la actitud selectiva que es la decisión cultural fundamental de toda sociedad elitista” (p. 13). Aun si su definición del elitismo es un tanto errática, podemos afirmar que, por un lado, Escarpit lo asocia a las instituciones (especialmente a la académica) y, por otro, a un estado de la cultura que le era contemporáneo. En ambos casos, como adelantamos al final del apartado anterior, el elitismo de la literatura se diagnostica como un rasgo indeseable, que el programa de sociología de la literatura de Escarpit no aspira necesariamente a saldar, pero al que sí busca oponerse. Esta dimensión ética se lee con claridad en la nota al pie que cierra “Lo literario y lo social” y que vincula el texto con Sociología de la literatura; referido a este último título, indica: “hemos de precisar que se trataba de un punto de partida. Todavía puede ser utilizado como tal por quien aborde los problemas sociológicos de la literatura, como hemos hecho nosotros, a través de la rebeldía contra la institución literaria” (p. 43n).

Respecto del elitismo de la institución literaria, consideramos que Escarpit lo lee como un aspecto que coacciona la dimensión creativa. Ahí reside la importancia de rebelarse frente a él. En varios pasajes, refiere a la tensión entre las demandas institucionales y la posibilidad de la literatura de trascenderlas. Para Escarpit, “[e]n nuestra sociedad la literatura se caracteriza por una adecuación o confrontación, más allá del lenguaje, con una forma institucional y una libertad de escribir” (p. 21). En este punto, el autor rescata al teatro del absurdo como una de las pocas formas que lograron sortear la institucionalización. A diferencia de otras experimentaciones de vanguardia, como la literatura surrealista, “«recuperada» como una de las opciones abiertas al escritor por la literatura institucional” (pp. 20-21), “[l]as filosofías del absurdo, por el contrario, han forzado el lenguaje a seguir su movimiento, y es a partir de ellas como nace en la segunda mitad del siglo XX, si no una nueva literatura, al menos un nuevo teatro” (p. 21).15 Incluso, podríamos arriesgar que, para Escarpit, el valor literario está directamente relacionado con la capacidad de las obras de franquear la dimensión institucional, siempre marcada por la inmediatez de su contexto de producción y, en correlación, con la de los lectores de sumar nuevas interpretaciones a lo largo del tiempo. Escarpit asocia este proceso al paradójico binomio ‘traducción-traición’: “[s]olamente en una verdadera obra literaria es posible injertar un contenido nuevo sin destruir su identidad”, es decir, posee “receptividad para la traición” (p. 31; itálicas en el original). En otras palabras, las obras destinadas a perdurar son aquellas capaces de afrontar múltiples lecturas (desviadas de la intencionalidad del autor) y, por ende, ser “traicionadas”. Si bien indica que toda traducción es traición, no toda lectura es traducción. Solo lo es aquella que se realiza por fuera de lo que el escritor ha querido que se hiciese de su obra y que se propicia por fuera de su comunidad inmediata: “[c]ada lectura hecha al margen del contexto original —como es el caso de la mayoría de las obras literarias que son leídas fuera de la comunidad de los intelectuales— es traducción en algún grado” (p. 30).

La pertenencia de los autores literarios a una acotada y elitista comunidad intelectual no constituye, para Escarpit, una máxima, sino que se trata de un hecho determinado por un estadio de la sociedad. Según explica, existen tres niveles culturales: la cultura clerical, la cultura democrática o elitista y la cultura de masas o laica (p. 23). La invención de la imprenta hizo pasar, en un tiempo relativamente corto, de la cultura clerical a la elitista. Sin embargo, en la perspectiva de Escarpit, el paso a la cultura de masas (que tiene un mojón en el affaire Dreyfus) está todavía en transición, debido a que la intelectualidad se aferra a su posición dominante:

Consciente de que formaba parte de las estructuras defensivas establecidas por la sociedad civil burguesa, el intelectual acepta o rechaza esta situación, pero, más o menos conscientemente, se aterra siempre de la irrupción del laos de los trabajadores en la cultura. Bajo formas más o menos disfrazadas, incluso cuando él mismo es sinceramente revolucionario, incluso cuando pertenece a un país en que la dominación de clase se da por eliminada, se aferra a su estatuto de élite y mantiene la literatura como una institución. (p. 24).

Según su hipótesis, la perpetuación de este cenáculo literario se debe a que se autosustenta. Para demostrar esta idea, y haciendo gala de la interdisciplinariedad en la que explícitamente se inscribe, Escarpit apela a datos cuantitativos:

…es tanto más fácil para el intelectual cuanto que es él quien produce el escritor y es socialmente lo bastante numeroso como para constituir un mercado de lectoras [sic]. Produce, lee, comenta, critica, juzga, enseña su literatura en ciclo cerrado. En 1970 más de la mitad de los libros definibles como literatura en el mundo fueron escritos y leídos por diez millones de intelectuales europeos (excluida la URSS), es decir, el 0,3 por 100 de la población mundial. (p. 24; itálicas en el original).

La cultura elitista en su etapa de transición hacia la cultura de masas repercute en un público lector más transversal. Sin embargo, la cantidad de lectores capaces de participar activamente en la cultura se mantiene restringida. Así, la misma comunicación de masas que permite difundir las obras literarias a un gran número de personas conlleva la paradoja de impedir el feedback de la mayoría. Los únicos receptores que tienen la oportunidad de “«reinyectar» su propia producción en la red de intercomunicación elitista” (p. 28) son los pertenecientes a la comunidad intelectual.

Esta red de comunicación imperfecta, en que su flujo está en exceso mediado, trae consecuencias estéticas y ético-políticas, dos dimensiones que, para Escarpit, tienden a interrelacionarse. Por un lado, podemos pensar que la interrupción del feedback de una importante cantidad de lectores va en desmedro de la difusión de esas traiciones-traducciones que se producen por fuera de la comunidad intelectual y que retroalimentan y validan. Por otro lado, el aislamiento del autor también lo lleva a distorsionar su pertenencia de clase y, por lo tanto, sus propias condiciones materiales de producción:

Su actitud de hombre de letras integrante de una élite le impide adquirir una verdadera conciencia de clase en tanto que escritor. Así pues, se contenta con una pequeña parte de los beneficios de la explotación y una aún menor en el control de los destinos de su obra (p. 25).

De esta forma, podemos inferir que, según Escarpit, la relación entre el autor y el público tiene que ser lo menos mediada posible, a fin de contribuir a un arte masivo y, por ende, revolucionario y valioso. Por eso, el teatro conforma la parte “más auténticamente popular” (p. 28) de la literatura: el director, los actores y el público constituyen el entorno del autor –que se encuentra en los “límites de la dimensión manipular” (p. 29), es decir, “las dimensiones del que un narrador podría reunir en torno a sí” (p. 28)–; además, “el teatro es en cada representación una experiencia nueva vivida conjuntamente por los actores y los espectadores” (p. 29). Dentro de este género, como ya señalamos, Escarpit le da especial importancia, por su inadecuación a las expectativas institucionales, al teatro del absurdo.

Vemos, entonces, tres puntos de análisis focalizados en el elitismo que tienden a interactuar en el abordaje del “elemento literario”: el valor artístico, la dinámica comunicativa y su organización mercantil. Esta última dimensión que, como adelantamos, impide al autor literario asumir una verdadera conciencia de clase, debe analizarse para Escarpit también de manera tripartita. Según dictamina, “la literatura como organización mercantil (...) comprende una producción, un mercado y un consumo” (p. 35; itálicas en el original). Las tres facetas están asimismo atravesadas por el elitismo. La producción se sostiene

…mediante una selección-jerarquización que emana de la comunidad elitista de los intelectuales, que delega sus representantes cerca del editor en forma de directores literarios, consejeros, lectores o simples relaciones personales. Ocurre a veces –con resultados generalmente desastrosos– que el editor sea un intelectual. (p. 36).

El mercado ofrece un grupo de libros considerados literarios restringido al gusto de una minoría selecta:

Veinte años después de su aparición, sólo el 1 por 100 de las obras han llegado a adquirir el nivel de los «clásicos» y permanecen inscritos en una lista nevarietur que constituye el estereotipo de la cultura literaria, lo que se llama, de hecho, «la literatura» en la Universidad. El acto libre de lectura queda confinado a los límites estrechos de esta antología, cuya disponibilidad material ha aumentado considerablemente, reconozcámoslo, en diversas épocas por las ediciones en folletín y, en la actualidad, por el libro de bolsillo, pero cuya estructura se mantiene rígidamente y sus fronteras estrechamente vigiladas. (p. 38).

Finalmente, en lo que respecta al consumo, si bien se encuentra en una etapa de “consumición cultural global” (p. 39), alentada incluso por las adaptaciones audiovisuales de los libros, ocurre que “[e]l consumidor literario difícilmente se entrega a la búsqueda de algo nuevo o la experimentación, abandonando estas actividades a los expertos, que, en el caso, son los intelectuales” (p. 39).16

IV. Palabras finales

A lo largo de este trabajo decidimos abordar “Lo literario y lo social”, un multifacético texto de Escarpit, a partir de dos dimensiones: en primer lugar, examinamos la construcción programática y reflexiva de una sociología de la literatura plural; en segundo lugar, la aspiración a una sociología de la literatura que sirva como instrumento en contra de la condición elitista de la literatura.

Ahora bien, podríamos haber tomado otros ejes pertinentes: la búsqueda de definiciones explícitas sobre los fenómenos literarios (un nivel que incluye intentos de precisiones conceptuales no exentos de ciertas ambigüedades);17 la ponderación de diferentes mediaciones como factor especialmente relevante para una sociología de la literatura; la tensión de algunos presupuestos epistemológicos en torno a la vastedad de “lo literario” y “lo social”; la literatura como el proceso de producción de un proyecto de escritor; o, sin ser exhaustivos con estas opciones, la voluntad descriptiva que también se propone como crítica y transformación de un estado de la literatura y del orden social. Somos conscientes de que estos temas fueron tratados al menos de manera tangencial: por ejemplo, el eje de las mediaciones se vincula con la importancia que Escarpit le otorga al arte dramático (en tanto permitiría una conexión más directa entre el autor y su público). Esto se debe, justamente, al carácter sinuoso del texto, que se traduce en una estructura lógica y argumentativa que tiende a interconectar diversos conceptos y tópicos entre sí. Aun así, sería interesante continuar con el ejercicio de desagregar el texto y analizar los ejes por sus particularidades, tal como intentamos hacer al referirnos a los alcances teórico-prácticos del elitismo en la literatura.

Como incluso se desprende de estas conclusiones, a lo largo del escrito fuimos reiterando el carácter vago y difuso que “Lo literario y lo social” presenta en algunos pasajes: ideas más esbozadas que elaboradas, sintagmas más entusiastas que precisos, argumentos más enunciados que justificados –y, en ocasiones, tampoco exentos de ambigüedades, tal como indica Van Nuijs (2007, p. 107)–. En este punto, nos importa aclarar que, para Escarpit, dicha tensión parecería dirimirse en una expresión que pondera la subjetividad: “las motivaciones profundas del investigador” (p. 42).

A partir de nuestra lectura, sostenemos que la motivación que ordena la sociología de la literatura de Escarpit es ético-política. Él se encarga de señalar, en la postrera nota al pie, que la teoría solo es aceptable en tanto y en cuanto se base en “una experiencia práctica enfilada hacia una acción inmediata” (p. 43n). Su sociología de la literatura busca rebelarse, como ya indicamos, contra el elitismo en la literatura y, quizá en un sentido más amplio, contra toda clase de asimetría social.18 De ahí que pueda pensarse a Escarpit dentro de un perfil de “intelectual comprometido”, tributario del paradigma sartreano, junto con el recordatorio de que el propio Escarpit se autoinscribe en la estela fundada por Sartre (cuya centralidad era todavía insoslayable a fines de la década de 1960 y comienzos de la siguiente).

Por último, retornemos solo por un momento al comienzo y recordemos los dos libros centrales de Escarpit sobre la sociología de la literatura: Sociología de la literatura y Hacia una sociología del hecho literario. Sobre el primero, Arturo Casas ha consignado recientemente que se trata de un “exiguo manual que leído hoy parece bastante menos sustancial por sus contenidos que por lo que llegó a propiciar” (2020, p. 246). Sobre el segundo, podemos decir que corrió una suerte distinta: publicado con posterioridad, tuvo menos repercusión (al menos si nos remitimos al indicador de la menor cantidad de citas y referencias recibidas). Sin embargo, se trata de un libro colectivo, teórica y autoralmente plural, diferente a su antecesor de 1958. Como intentamos manifestar en nuestro recorrido, el texto de apertura –que es el que da título al libro en su versión en francés– sí parece tener una densidad conceptual más espesa que Sociología de la literatura y, sin dudas, merece ser leído y releído, a pesar de (o incluso favorecido por) sus rodeos explicativos y sus zonas opacas. Quizá esta forma de presentación sea, a fin de cuentas, fiel a la misma sociología de la literatura, tan esquiva y huidiza.

Referencias

Altamirano, C. y Sarlo, B. (introducción, notas y selección de textos) (1977). Literatura y sociedad. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.

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Notas

1 El presente texto es una derivación de una clase de la asignatura Teoría Sociológica y Teoría Literaria, en la Carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires, llevada a cabo en octubre de 2022. Aquella sesión no había tenido una lógica expositiva unidireccional, sino que se había basado en invitar a los estudiantes a debatir sobre “Lo literario y lo social” de Escarpit. Posteriormente, los tres docentes del espacio, por iniciativa del titular, proyectamos repetir el ejercicio entre nosotros. El trabajo de discusión y escritura fue realizado, en lo sustantivo, a lo largo de 2023.
2 La lista no pretende ser exhaustiva, pero vale advertir que no encontramos un listado más completo de las obras de Escarpit editadas en español. Por cierto, además de los libros referidos arriba, podríamos consignar algunos textos más: una ponencia sobre una encuesta de las prácticas de lectura en jóvenes conscriptos, publicada en las actas de un coloquio sobre sociología de la literatura celebrado en Bruselas en 1964 (Escarpit, 1969a); el segmento de Sociología de la literatura reproducido en la antología Literatura y sociedad, de Altamirano y Sarlo (Escarpit, 1977b); una entrevista incluida en un volumen sobre la historia, el presente y el futuro del libro (Díaz-Plaja, 1973, pp. 8-17 y 104-115); dos informes para la UNESCO sobre las tendencias del libro en América Latina (1969b) y en el mundo (1982).
3 El propio Escarpit, en un pasaje de Teoría general de la información y la comunicación, hace una breve recapitulación de las principales áreas de conocimiento que cubrió en un intervalo de veinticinco años: primero la literatura y la sociología de la literatura, luego la sociología del libro y, finalmente, la teoría general de la información y la comunicación (1977a, p. 221). Esta dispersión en sus desarrollos ha propiciado que diferentes sujetos interesados en su obra se aboquen a variados segmentos: algunos de sus intereses y despliegues intelectuales (las ciencias de la información y la comunicación, la escritura de ficción para infancias y juventudes, el humor) fueron discutidos en mesas de debate de un homenaje realizado en 1998, cuyas actas fueron publicadas en un número especial de la revista Communication & Organisation (2002). Además de dicho homenaje, otro fue celebrado, veinte años después, también en Burdeos, en la Université Bordeaux-Montaigne, a propósito del centenario del nacimiento de Escarpit (unas sucintas líneas sobre este evento pueden leerse en el siguiente enlace: https://listesocius.hypotheses.org/6641). Dicho sea de paso, informaciones sintéticas sobre la vida y la obra de Escarpit pueden ser revisadas en dos artículos publicados en la revista referida: uno de Perrot (2002), incluido en las actas del homenaje de 1998, así como uno previo de Hotier (1994).
4 Van Nuijs apunta que el desdén hacia Escarpit no solo se verifica en el modesto número de trabajos monográficos dedicados a él, sino en el hecho de que las escasas referencias a menudo son lapidarias o estereotipadas (2007, p. 108). La autora coloca algunos ejemplos, como los de Pierre V. Zima o Pierre Bourdieu, quienes lo consideran poco pertinente, a través de sendas referencias marginales incluidas en Manuel de sociocritique y Les Règles de l’art. Genèse et structure du champ littéraire (2007, p. 125). Tampoco pierde la sorpresa con otros títulos y autores destacados que ni siquiera le dedican una sola mención, como Gens de lettres, gens du livre, de Robert Darnton, la voluminosa Histoire de la lecture dans le monde occidental, editada por Guglielmo Cavallo y Roger Chartier, o La Lecture et les publics à l’époque contemporaine. Essais d’histoire culturelle, de Jean-Yves Mollier (Van Nuijs, 2007, p. 125).
5 Se trata de una oración del último párrafo de Sociología de la literatura: “hay que quitar a la literatura su aire sacramental y liberarla de sus tabúes sociales aclarando el secreto de su poder” (Escarpit, 1962a, p. 170). A propósito de la selección de esta línea por parte de Viñas, traemos a cuenta una curiosidad: según revisiona Canala, este epígrafe se quita en las tres ediciones subsiguientes de Literatura argentina y realidad política (publicadas por Siglo Veinte), para reaparecer luego en las dos reediciones del Centro Editor de América Latina, de 1982 y 1994, y vuelve a ser descartada en las ulteriores (Viñas, 2022, p. 121).
6 Una cuarta alusión es una fugaz mención de parte de Garasa, pero en que solo hace referencia al libro entero, sin mayores especificaciones (1973, p. 19). Altamirano y Sarlo, de manera más general, dejaron consignada la cita de protocolo de Hacia una sociología del hecho literario en los listados bibliográficos de sus trabajos en conjunto (1977, p. 29; 1980, p. 150; 1983, p. 276). Por lo demás, quizá cabría añadir una poco precisa apelación al libro entero en un pasaje de Literatura/Sociedad (1983, p. 105); pero, en términos globales, resulta claro que Escarpit no ha sido un autor priorizado en sus desarrollos teóricos sobre la sociología de la literatura.
7 En lo que sigue, en las citas textuales de “Lo literario y lo social” solo consignamos los números de página.
8 La afirmación de Escarpit, vale remarcar, debe ser contextualizada en vínculo con la condición central y articuladora de Sartre en el campo intelectual francés de mediados del siglo XX.
9 Como ocurre en otros pasajes, esta inscripción de Barthes en la sociología de la literatura es más enunciada que justificada. Es cierto que, antes de la nota al pie referida, Escarpit ya había establecido un punto de contacto, a partir de los procesos de supersignificación que supone la literatura (1974a, p. 17). Sin embargo, parece difícil sostener que Barthes conforme una serie orgánica junto con la sociología del arte y la psicosociología de la comunicación.
10 Este tipo de premisa de la exigencia de pluralidad y diferentes subespecializaciones ya estaba presente en textos previos, no solo en Sociología de la literatura del propio Escarpit (1962a), sino en un breve texto programático de Albert Memmi (1963), “Problemas de sociología de la literatura”, que, dicho sea de paso, está referido, al pasar, en el prólogo de Hacia una sociología del hecho literario (Escarpit et al., 1974, p. 7).
11 En el prólogo de Hacia una sociología del hecho literario, hay incluso una declaración explícita de esa pluralidad, en términos de adscripciones teóricas y procedencias disciplinarias: “Los miembros del equipo de Burdeos llegan de todos los horizontes: hay entre ellos positivistas y marxistas, hay sartrianos, goldmanianos y barthianos. El debate entre tendencias no concluye jamás. Su formación intelectual es también diversa: hay especialistas en literatura, en lingüística, en historia, en sociología, en psicología, en economía. Cada uno de ellos estudia las disciplinas y las técnicas de los demás. El trabajo interdisciplinario se realiza al nivel de los individuos y del equipo simultáneamente” (Escarpit et al., 1974, p. 9).
12 En el original: “...la sociologie de la littérature représente, aussi bien au niveau programmatique que pratique, une vaste et ambitieuse entreprise contextuelle, objective, empirique et méthodique, dont l’objectif est de contribuer à une meilleure compréhension du fonctionnement du « fait littéraire » et de remédier aux insuffisances de toute approche de la littérature trop textualiste, sélective, spéculative et peu méthodique. Tel quel, c’est-à-dire du point de vue épistémologique et de celui de la corrélation entre la théorie et la pratique, le programme de recherche est cohérent et univoque” (2007, p. 115).
13 No sorprende que quienes lo tildan de empirista o positivista son aquellos mismos que poseen lecturas sesgadas de Escarpit. En el caso de Altamirano y Sarlo, le reprochan lo siguiente: “La sociología del libro y el público de Escarpit (...) deja afuera lo más específico del hecho literario: que lo que se produce, se distribuye y se consume es un objeto cuyo rasgo peculiar es significar, según reglas que pertenecen a los niveles estético y simbólico” (1977, p. 25). Entre los numerosos pasajes en que Escarpit consigna una idea afín a lo que ellos sostienen que no efectúa, podemos apelar a una sintética fórmula enunciada en “Lo literario y lo social”, en donde se postula que la literatura “es a la vez cosa y significación” (1974a, p. 16; itálicas en el original). En el caso de Sapiro, el encasillamiento de Escarpit como positivista se deriva del hecho de que esta autora se limita a la cita de protocolo de Sociología de la literatura (2016, pp. 29 y 31), sin que haya ningún tipo de mención a Hacia una sociología del hecho literario.
14 En el original: “L’engagement d’Escarpit se fait au nom de certaines valeurs et croyances: la croyance en la possibilité d’une authentique culture populaire, le rêve d’une culture universelle et laïque, la croyance en la puissance émancipatrice du livre et de la culture imprimée” (2007, p. 116).
15 Años antes, en Historia de la literatura francesa, Escarpit no vacila en considerar al teatro, ya desde el siglo XVII, como “el más social de los géneros literarios” (1948, p. 46).
16 En un apartado del séptimo capítulo de La revolución del libro, “La crítica y la opinión literaria”, Escarpit dedica varias páginas a revisar la relación entre el público masivo y el conjunto más reducido de intelectuales (1968a, pp. 187-193). Se trata de una preocupación que atraviesa buena parte del libro en cuestión, ya que también recibe tratamiento en al menos otros tres apartados, en los capítulos primero (1968a, pp. 26-32), quinto (1968a, pp. 157-164) y sexto (1968a, pp. 165-171). Valga esto como un ejemplo más en que “Lo literario y lo social” funciona como un texto de síntesis y articulación de varios trabajos previos.
17 A lo largo del texto, Escarpit brinda diferentes definiciones sobre lo literario, varias de las cuales recapitulamos a lo largo de nuestro propio itinerario expositivo: como concepto incoherente e inaprehensible mediante una sola operación intelectual (1974a, p. 13); como fenómeno inevitablemente selectivo (p. 13); como matriz de comunicación (p. 21 y ss.), lo que incluye una variedad de subaspectos, como la cualidad de significar, la adecuación o confrontación con el lenguaje ordinario o incluso su estatuto como “obras que organizan lo imaginario según estructuras homológicas a las estructuras sociales” (p. 21), más allá de su habitual existencia material en la forma de libros en soporte impreso (p. 22); como “traición creadora” (p. 31); como un proceso que contempla al menos un proyecto de un escritor, un medio (el libro) y una actitud de parte del lector (pp. 32-34); como organización mercantil, lo que incluye al menos tres niveles de producción, mercado y consumo (pp. 35-40). A partir de todas estas demarcaciones –que se multiplican en otros trabajos de Escarpit, como en la Historia de la literatura francesa (1948, pp. 11-13) o incluso en libros de ficción, como ocurre en el posfacio del libro de relatos El fabricante de nubes, en que se halla una reflexión sobre la literatura fantástica (1970, pp. 131-136)–, cabe el señalamiento de una suerte de paradoja, ya que, en su intención clarificadora, Escarpit contribuye a la multiplicación del postulado metateórico inicial, relativo a la incoherencia del término “literatura” y a la imposibilidad de aprehenderlo de manera sencilla.
18 El hecho de que con posterioridad a 1970 Escarpit dejara de lado sus proyectos explícitamente enmarcados en la sociología de la literatura no interrumpe dichas preocupaciones en torno a la democratización de la cultura en un sentido más profundo. Por ejemplo, en la entrevista que se lee en El libro ayer, hoy y mañana, afirma que la tradición elitista es “una de las maldiciones que pesan sobre el libro”, pues “[d]urante mucho tiempo ha sido una minoría la que ha tenido a su disposición tal medio de expresión” (Díaz-Plaja, 1973, p. 13). Frente a esto, opina: “el libro, puesto a disposición de una gran parte de la población, se ha transformado en un agente de fermentación intelectual, un agente revolucionario desde el punto de vista social” (Díaz-Plaja, 1973, p. 13). En la parte de la entrevista concerniente al futuro del libro, sostiene: “la difusión del libro incide en dos aspectos: por una parte, aumenta la comunicación, la verdadera comunicación, es decir, aquella que no deja que el lector permanezca pasivo; por otra, creo que la lectura es uno de los raros medios de libertad intelectual” Díaz-Plaja, 1973, p. 112). Sobre esto último, agrega de modo concluyente: “Considero que saber leer, aprender a leer, es el mejor medio de enseñar la libertad a las gentes” (Díaz-Plaja, 1973, p. 112).

Recepción: 19 junio 2024

Aprobación: 13 septiembre 2024

Publicación: 01 noviembre 2024



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