Orbis Tertius, vol. XX, nº21, 2015. ISSN 1851-7811.
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria
http://www.orbistertius.unlp.edu.ar/

Reseña/Review

Miriam Chiani (dir.), Cuadernos de Teoría.

La Plata, Ediciones Al Margen, Colección Estudio, 2014, 225 páginas.1


El libro que hoy presentamos se define como dirigido a estudiantes de Letras, como material de estudio para la asignatura Teoría Literaria I de nuestra Facultad y como un producto del trabajo en esa cátedra durante largos años. Ese origen y esos propósitos se advierten en las estrategias que lo constituyen: seis capítulos que focalizan en diferentes momentos de la actividad teórica en el vasto campo de los estudios literarios. Sabemos que no existe una teoría literaria sino muchas, y que no sería descabellado que nuestras materias asumieran el plural en su formulación; sin embargo, cuando hablamos de teoría literaria, en singular, nos referimos precisamente a un tipo de actividad autorreflexiva, a una suerte de metacrítica, que se pregunta obstinadamente qué tipos de categorías utilizamos, cómo las utilizamos, si esas categorías resultan pertinentes y significativas en relación con tal o cual objeto, etcétera. Alguna vez he dicho en broma que los profesores de teoría literaria somos como los médicos clínicos: sabemos de todo un poco y de nada en profundidad, y si la pregunta de un alumno nos pone en aprietos, lo derivamos a un especialista. Pero la broma no es exacta: no somos, en rigor, “generalistas” (aunque no estaría nada mal que lo fuéramos), porque no nos ocupamos de un objeto que está después del trabajo de los especialistas, a manera de una gran síntesis, sino de algo que está antes, de las condiciones de posibilidad de un discurso crítico. De hecho, hay muy pocas tesis sobre “teoría literaria”, pero todas requieren de una dimensión autorreflexiva que la actividad teórica provee, incluso cuando no aparece explicitada en los tediosos, y a menudo innecesarios, “marcos teóricos”.

El libro que presentamos tiene una autoría de infrecuente originalidad. Postula un autor colectivo, bajo una dirección que se identifica, y ninguno de los capítulos, en consecuencia, están firmados; como si se dijera, a la manera de Lope, “la cátedra lo hizo”; o como si se reconociera en una tradición más o menos sesentista, en la que, como en aquella revista Literal, los autores eran todos y ninguno.

Comienzo, pues, sin filtro alguno: el primer capítulo es el mejor del libro y, puesto en detective escriturario, adivino en él el rigor clásico de la prosa crítica de Miriam Chiani. Es el único que no focaliza en el siglo XX, sino que parte de un puñado de conceptos teóricos fundamentales en nuestra disciplina (“Retórica”, “Poética”, “Crítica” y “Teoría”) y brinda un panorama diacrónico y analítico, desde las certidumbres de la etimología hasta sus más recientes derivaciones semánticas. Así, por ejemplo, el estrechamiento progresivo de la retórica que va desde constituir un instrumento indispensable para el ciudadano que pretendía seducir a la polis a variados manuales de figuras y tropos, y de allí a los angostos límites de las teorías sobre la metáfora. Podríamos agregar que, más que estrechamiento, estaríamos ante una privatización de la retórica, dado que del espacio público del ágora ha terminado por recalar en las taimadas estrategias de marketing de las empresas. Por el contrario, el concepto de “poética” parece haberse ampliado, desde la hibridez normativo-descriptiva del clásico de Aristóteles, desde el cual se identificó al término con un tratado más o menos sistemático sobre el ser y el deber ser del arte y la literatura, hasta los usos, a menudo abusivos, del presente, mediante los que se refiere a la poética del autor A o del autor B con excesiva facilidad, sin que medie un proceso argumentativo de demostración de que allí se está produciendo, en efecto, una poética. De la mano de la precisa historización de Williams e Eagleton, la diacronía que recorre el concepto de “crítica” en el capítulo que comentamos es, digamos, moderna. Desde la constitución de una “esfera pública” en la que el crítico amateur y el naciente hombre de letras producían un discurso cultural diversificado, a partir de ciertos imperativos morales y políticos, hasta la creciente autonomización de las prácticas críticas por efecto de la industrialización y la emergencia de nuevas clases alfabetizadas. Si bien la crítica celebró la autonomía del poder político y económico como un logro necesario en el ejercicio de su libertad, el precio que pagó fue demasiado alto, al quedar aislada del espacio público y limitada a los intercambios de académicos y universitarios. Por último, el capítulo se refiere al concepto de “teoría”; es el apartado expositivamente más desordenado y, quizás por esa misma razón, el más rico. Me refiero a los intentos de contextualización (no hay que olvidar la conocida tesis de Eagleton, según la cual la emergencia de la actividad teórica es el resultado de una derrota política) de esa emergencia hacia los años ochenta y de los debates que ocasionaron en el campo universitario argentino. Desde los lúcidos trabajos de Analía Gerbaudo sobre el tema, el capítulo se adentra en las resistencias a las materias teóricas en la UNLP, al debate entre Josefina Ludmer y Walter Mignolo en aquellos años turbulentos, y al papel significativo que cumplió la revista Babel, hacia fines de la década, en la consolidación de un espacio de reflexión teórica.

Los capítulos dos y tres tienen algo en común. Se proponen analizar dos modelos teóricos fuertes, que tuvieron una impronta decisiva en nuestra formación, que se impusieron con el vértigo de una moda y, quizás por eso mismo, con el tiempo se han opacado. El primero de ellos se titula “El ‘medio ideológico’. Bases para una teoría materialista de la cultura”, y se ocupa de la producción teórica de eso que, acaso por comodidad o negligencia, seguimos llamando el “Grupo Bajtín”. Se puede decir que se trata centralmente de una extensa reseña del clásico de Bajtín/Medvedev El método formal en los estudios literarios y de las novedades que aquel texto de 1928 entrañó para nuestro campo. Algo subsidiariamente a su objeto central, el capítulo se detiene en El marxismo y la filosofía del lenguaje, que Valentín Voloshinov dio a conocer sólo un año después, en el ’29 (parece extraño que todavía se refiera a ese libro con el título censurado con que la editorial Nueva Visión debió publicarlo en la Argentina de 1976, título que la edición de Alianza de los noventa finalmente expurgó), y en un artículo de Bajtín que tuvo una inesperada repercusión en el ámbito universitario: “El problema de los géneros discursivos”; al menos inesperada para mí, porque ese artículo siempre me pareció confuso, reiterativo y, a la larga, inútil, ya que instituye algunas categorías, como la de “enunciado”, de muy dudosa pertinencia teórica. En cualquier caso, el recorte parece bien claro: detenerse en los aportes del grupo Bajtín más ligados a una concepción sociologizada de la lengua y de la literatura, que coloca a la ideología en el centro del debate, más que en los aportes en el campo de la crítica histórica y cultural, como los celebrados conceptos de polifonía y carnavalización, que gozaron de un justo aunque efímero prestigio.

El capítulo tres, “La lectura como configuradora de experiencia y de historia literarias” se sitúa inicialmente en la segunda mitad de los sesenta y en la Universidad de Konstanz, en el extremo sur de Alemania, espacio en el que coincidieron dos destacados profesores, Hans Jauss y Wolfgang Iser, y un mismo objeto de interés: el problema de la recepción estética. Esa coincidencia tuvo, más allá de los pormenores de sus teorías, un impacto notable, ya que reponía, en el clásico esquema autor y obra, la figura del tercero excluido: el lector. El trabajo recorre minuciosamente las categorías fundantes de la obra de Iser, lector implícito/lector real, los espacios vacíos y los puntos de indeterminación, el texto como estructura potencial que se concreta en el proceso de lectura, así como las fuentes en las que abreva su teoría: la fenomenología de Husserl e Ingarden, la hermenéutica de Gadamer. Por su parte, la obra de Jauss da un giro más historicista a la teoría de la recepción, fijando en los diferentes contextos de lectura la distancia hermenéutica entre una y otra concreción. Contra el mero efecto que el texto postula, Jauss concibe la recepción como un ejercicio activo y al lector como un formador, como un asignador de sentidos. A partir de los años ochenta, las limitaciones de la estética de la recepción de Jauss e Iser (y del algo posterior Umberto Eco de Lector in fabula) serán sometidas a crítica y refutación por los historiadores de la cultura y de la lectura, Roger Chartier, Robert Darnton, Martyn Lyons, entre otros, y su aura de novedad comenzará a disiparse. El capítulo se cierra con un breve excurso por la obra de Haroldo Conti y las diferentes lecturas que suscitó uno de sus cuentos más celebrados, “Como un león”.

El capítulo 4 invierte la estrategia del que acabamos de reseñar. Si el capítulo 3 consta de un largo recorrido por las tesis de Iser y Jauss y la referencia a un “caso” (el cuento de Conti) ocupa un lugar de apéndice o epílogo; el capítulo 4, dedicado a la sociología de la cultura de Pierre Bourdieu, resume en 8 apretadas páginas la teoría del sociólogo francés (se detiene en dos de sus conceptos: illusio y habitus) y de allí en adelante se ocupa, primero, de su recepción en Argentina, y luego del estudio de un caso, el que se postula como una “reconstrucción del campo literario de 1920”, centrado en el modo en que la vanguardia martinfierrista fue encontrando un lugar significativo y visible en el campo literario argentino a partir de sus posicionamientos respecto de los escritores consagrados, en especial, de Leopoldo Lugones. El cambio de estrategia no es un dato menor o pasajero. Todos nosotros, cuando damos clases de teoría, nos referimos de un modo recurrente a autores, obras, momentos de la historia literaria; es el modo en que encontramos de salir de la pura abstracción de las categorías: ir de la teoría al caso y del caso a la teoría dinamiza nuestra labor pedagógica y enriquece el aprendizaje. No se trata, como señala la directora del volumen en el prólogo, de pensar la teoría como una “caja de herramientas” que se aplica sobre un objeto, sino de poner en funcionamiento la actividad teórica en el mismo momento del ejercicio crítico, como si fuera uno de esos antivirus, que funcionan aunque no tenga explícita visibilidad su trabajo. En este sentido, el excurso sobre el campo literario en los años veinte resulta un hallazgo; quizás esta elección lesiona, por su brevedad, la referencia a la teoría bourdiana, pero, en contraste, enriquece su formulación mediante una adecuada puesta “en acto”.

No resulta sencillo reseñar el capítulo 5; su título mismo, “Crisis de la estructura, del sentido, de la función autor. Discusiones teóricas y metodológicas”, nos advierte que, si bien estamos en el vasto, y por momentos resbaladizo campo del postestructuralismo, la deriva reflexiva sobre numerosos autores y teorías puede llegar a conspirar contra la unidad del conjunto. Quiero decir que, a diferencia de los demás capítulos que se refieren a unos pocos autores (el “grupo Bajtín”, Iser y Jauss, Bourdieu, Williams), en éste se procura trazar un panorama en el que la suma de posiciones, e incluso sus contrastes o diferencias, pongan de relieve algo así como un espíritu de época, en el que el laborioso trabajo de construir sistemas racionales de comprensión y explicación cedió paso a una tarea inversa, deconstructiva, en la que las derivas, los flujos y aun las diferentes formas de indecibilidad, consecuencias de las aporías de sentido, lejos de provocar el reconocimiento de un fracaso o una limitación, llegaron a generar el efecto contrario: la celebración del sinsentido, no en la dirección experimental de las vanguardias históricas, sino en la convicción de que el libre juego de los significantes podía resultar el modo, equívoco y productivo a la vez, de hacerle trampas a la lengua, de huir de sus variadas constricciones. Mencionaré, sin entrar en detalles que alargarían en exceso esta presentación, y sólo de un modo indicativo, el recorrido propuesto en el capítulo: las reflexiones de Michel Riffaterre sobre estilo, lectura y contexto; los postulados sobre el sentido de Jacques Derrida a partir de la difundida teoría de los anagramas de Saussure; los desarrollos de la teoría literaria en los Estados Unidos en un recorrido que une al New Criticism con la Escuela de Yale; la vuelta a la retórica en la original escritura de Paul de Man y su postura antiformalista; los debates sobre la figura del autor en los textos ya clásicos de Barthes y Foucault, con el agregado, posterior, de la intervención de Giorgio Agamben en “El autor como gesto”; los debates entre interpretación y sobreinterpretación en textos de Umberto Eco, Richard Rorty y Jonathan Culler, con una coda, en este último apartado, referida a las interpretaciones posibles de un famosísimo poema de Rubén Darío. Como se ve, la sola mención de los autores y textos de los que se ocupa el capítulo, y aunque lo hace con pericia y capacidad de síntesis, pone en evidencia el riesgo de la excesiva dispersión.

En el capítulo 6, el último del libro, se vuelve al modelo “doble” de una extensa reseña respecto de un aporte intelectual de indiscutible importancia, en este caso la obra del historiador galés Raymond Williams, y un cierre referido al cuento “Literatura”, de Martín Rejtman. En el capítulo se pasa revista a los núcleos más significativos de la teoría cultural williamsiana, comenzando por un proceso de contextualización que se remonta a la Inglaterra de los años sesenta y a una de las génesis reconocidas de los así llamados Estudios Culturales. Siguiendo a Pablo Alabarces, se toma prudente distancia de la generalización de los mismos y de sus efectos más perniciosos: “su institucionalización implicó la despolitización, un acendrado teoricismo y una excesiva textualización” (199). Pero no es el caso, claro está, de la obra de Williams. Razonablemente, el capítulo recala en la significativa ampliación del concepto de cultura, en un movimiento que abarca “la totalidad de la organización humana en un lugar y un momento histórico determinados”. Y se detiene en las implicancias de esa ampliación en los debates en el interior del marxismo: la cultura, lejos de ser una manifestación superestructural, reflejo de las condiciones materiales de producción, es en sí una de las determinaciones materiales de lo social. Para salir de la encerrona de la Bestimmung instituida como dogma en una versión mecanicista del marxismo, Williams echa mano del concepto de hegemonía en la formulación de Antonio Gramsci, de donde deriva la noción de conciencia práctica. Por último, se detiene en su teoría cultural: allí se analizan con lucidez las categorías de Williams que han sorteado con éxito los reclamos de las modas académicas: tradición selectiva, instituciones y formaciones, dominante, residual y emergente y, finalmente, estructura de sentimiento, ese esquivo concepto que se reconoce con la contradicción interna de un oxímoron; en palabras de Williams, “es tan sólida y definida como lo sugiere el término ‘estructura’, pero actúa en las partes más delicadas y menos tangibles de nuestra actividad” (216).

A riesgo de aburrirlos, he procurado reseñar valorativamente los logros del libro que hoy presentamos. Se trata de un aporte académicamente riguroso, pedagógicamente útil, y se encamina derecho a engrosar, en un lugar central, las bibliografías de nuestros programas. Toda una mitología asocia a los profesores de teoría literaria con la pedantería del que cree tener acceso a saberes oscuros y con cierta pedagogía displicente, una suerte de hermana menor de ese ascenso a la profundidad: si los alumnos no entienden es porque nosotros nos ocupamos de temas difíciles. Pues bien, La teoría literaria hoy, de 2008, y estos Cuadernos de Teoría echan por tierra esa falaz mitología. Pocas cátedras han realizado un esfuerzo pedagógico comparable, ni en esta Facultad ni, hasta dónde sé, en otras, de poner en manos de los estudiantes instrumentos propedéuticos sólidos, bien escritos, cuidadosamente articulados y en un registro accesible a la etapa de su formación.

José Luis de Diego


NOTAS

1 Presentación leída el 4 de diciembre de 2014 en la Facultad de Humanidades de la UNLP.

 

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