Reseña/Review
Mar del Plata, Eudem, 2014, 149 páginas.
Este nuevo libro de Cristina B. Fern ández se origina en su tesis de doctorado, referida a las relaciones entre literatura y ciencia en la producción de José Ingenieros. Sin embargo, como aclara la autora en las primeras páginas, se trata de una reescritura que se ha enriquecido con los avances de su investigación, testimoniados en sus últimas publicaciones: José Ingenieros y los saberes modernos y Hojas al pasar: las crónicas europeas de José Ingenieros, ambos de 2012. Asimismo, su actual interés por ciertas biografías latinoamericanas le ha permitido volver sobre aquellos trabajos desde un marco que incorpora las nuevas miradas teóricas y críticas sobre el tema.
El corpus recortado es coherente pero también diverso y por tanto, vigoroso. La investigadora construye un productivo entramado entre las biografías de científicos y personajes históricos que escribió Ingenieros, los casos clínicos que redactó como médico alienista y las autofiguraciones que pueden desprenderse de ellos. Las relaciones que Fernández establece entre estos géneros dan lugar a un libro que ilumina zonas sobre las que la crítica no se había detenido.
Sus lecturas, a su vez, se sustentan en un minucioso análisis retórico que se conjuga con una mirada erudita sobre el contexto de producción, los paradigmas imperantes en las primeras décadas del siglo XX y la obra completa del autor. Asimismo, un marco teórico actualizado y proveniente de distintos campos le permite arribar a hipótesis interpretativas bien argumentadas, sólidas y novedosas.
En el primer capítulo, la autora analiza los usos de la escritura biográfica en el ámbito de la sociología y la clínica de principios del siglo XX, espacios transitados en forma privilegiada por Ingenieros. A partir de los trabajos de Leonor Arfuch, Fernández remarca el potencial explicativo de este género, tanto en lo referido al sujeto como al espacio público. En función de esto, propone una lectura transversal que conjuga interpretaciones simbólicas, políticas y culturales. La autora enmarca el surgimiento del “caso clínico”, en tanto género híbrido, en ese contexto histórico, momento en el cual se dio una fuerte contaminación entre las estrategias narrativas de la literatura naturalista con el discurso científico positivista. Según Fernández, el nacimiento y los usos de este tipo discursivo se relacionan con diversas situaciones propias del campo intelectual de esos años: el auge de la escuela criminológica italiana y sus explicaciones mesológicas y antropológicas; las estéticas propias del realismo y lo fantástico en auge por entonces; el discurso historiográfico positivista y su recurso a la biografía y las vidas ejemplares; la preocupación del Estado argentino por los avances de la inmigración y la consiguiente instauración de sistemas de control sanitario y policial, con sus propios dispositivos discursivos; y la entronización del científico y el médico en diversas esferas de la cultura como agente privilegiado. En este marco, Ingenieros se desempeñó como Jefe de Clínica del Servicio de Observación de Alienados de la Policía Federal desde 1900 y 1903. Los casos clínicos que redactó desde entonces fueron reunidos en Criminología (1916) y son el objeto de estudio de este primer apartado. La autora demuestra aquí cómo estas escrituras, tensionadas por todos los factores enumerados anteriormente, configuran a un enunciador potente, hermeneuta de la voz del paciente, que excede “ciertos límites del análisis clínico normal, al ir más allá del cuerpo, hacia las conciencias e incluso, el contexto social” (Fernández, 27).
El segundo capítulo analiza la biografías de sujetos simuladores, presentes principalmente en La simulación en la lucha por la vida (1903), texto en el que el Ingenieros reescribe la primera parte de su tesis de psiquiatría, titulada La simulación de la locura. Fernández expone las operaciones que lleva a cabo el autor al apropiarse de un término proveniente de la teoría evolucionista darwiniana para dar cuenta de un fenómeno sociocultural. Según el alienista, la simulación es una forma sofisticada de la lucha por la vida, propia de las sociedades más civilizadas. A diferencia de Lombroso y sus seguidores, quienes centraban sus análisis en los rasgos físicos y raciales de los delincuentes, Ingenieros propone una lectura social que le permita reconocer a aquellos que simulan la locura para escapar del castigo, lo que lo lleva a hacer un uso metafórico de los principales conceptos del evolucionismo. A partir de los aportes de distintos epistemólogos, Fernández señala la dimensión lingüística de las ciencias y las figuras retóricas de las que se valen. Puede así desmontar las estrategias que le permiten a Ingenieros reinstalar ciertos términos en sistemas que les eran ajenos. La autora analiza los recursos argumentativos mediante los cuales Ingenieros justifica sus hipótesis y demuestra cómo en su escritura se equiparan la literatura, la historiografía, los textos religiosos o mitológicos como matrices científicas, capaces de avalar sus interpretaciones.
Luego de estudiar los textos que configuran vidas de alienados y simuladores, Fernández se detiene en aquellos en los Ingenieros construye “vidas ejemplares”, principalmente en el seno de la Revista de Filosofía, fundada y dirigida por el autor. Aquí las biografías de científicos, filósofos y educadores ocupan un lugar central, ya que son consideradas como “lecciones de vida”, moralmente ejemplificadoras. En el seno de un proyecto de secularización de la sociedad moderna, la Revista funcionó como un dispositivo pedagógico en el cual el “culto al hombre representativo” se concretó en el terreno de la ciencia y la educación. Como señala Fernández, en el contexto positivista, el género biográfico se refuncionaliza y se abre a lecturas que no sólo informan acerca del accionar del hombre culto e intachable desde el punto de vista moral, sino del contexto histórico y, mediante una relación especular, del propio biógrafo. El género opera así como una clave de acceso a la historia y asume un rol ético, didáctico y político.
Es por esto que en el capítulo siguiente la autora destaca el sentido hagiográfico que asume este tipo de textos. Gracias al uso de ciertos modelos discursivos y de un léxico marcado con connotaciones religiosas, se construye un nuevo paradigma moral, un nuevo “héroe” o “genio”, que se desempeña como un auténtico “ministro del espíritu” y que ya no es el artista, sino el científico. Según Fernández, estas escrituras responden “a la doble funcionalidad que se le asigna a la ciencia: el ser, por un lado, el modo más certero de conocimiento del mundo y, por otro, la de ejemplificar, mediante la vida de los científicos, un repertorio de valores éticos… necesarios y deseables para el desarrollo de una ciudadanía argentina moderna” (93).
Debido al potencial formativo que se le atribuye a este tipo discursivo, Ingenieros se preocupa también por los relatos de vida que asumen rasgos “mitológicos”. Fernández estudia entonces el caso de Juan Moreira, en el cual el autor “se desplaza desde la ficción al documento y viceversa” (95). Para Ingenieros, Moreira es el símbolo de la barbarie rural, modelo del gaucho que demora y ataca la construcción de la nacionalidad y el mejoramiento racial. Por tanto, frente al éxito popular del personaje literario, intenta desmontar su ética a través de la difusión de la biografía del personaje histórico. Con este fin consulta registros policíacos y desmiente la versión construida en los medios de prensa, la novela y el teatro popular, para destronar este mito a sus ojos retrógrado.
Finalmente, la autora toma el concepto de “operatoria de autofiguración”, que Amícola propone en Autobiografía como autofiguración (2007) para analizar cómo puede leerse entrelíneas una autorepresentación autoral en estas escrituras de la vida y aún en sus crónicas de viaje. Un caso emblemático en este sentido es la biografía de F. Ameghino, a partir de la cual Fernández releva las redes intelectuales que Ingenieros tiende entre el científico y su propia formación, su representación como mecenas y protector del paleontólogo y los antecedentes de sus propios textos que cree ver en Filogenia. Operaciones similares se dan en otras biografías y también en las crónicas en las cuales presenta a intelectuales y científicos extranjeros. Como demuestra la autora, estos personajes funcionan como excusas para que el cronista pueda desarrollar sus propias ideas y justificar sus opiniones. Del mismo modo que en los casos y biografías se construye la figura de un médico, investigador, científico, clínico, profesor, historiador o sociólogo, en estos textos, se delinea la figura del “viajero estudioso” y culto que se autodefine a través de la afinidad intelectual con el personaje reseñado.
En síntesis, José Ingenieros y las escrituras de la vida presenta un recorrido del caso clínico a la biografía ejemplar en el cual Fernández establece productivas relaciones entre diferentes textos del autor y demuestra la dimensión estratégica del género biográfico en su proyecto educativo, ético y político. Los relatos de vida, tanto los ejemplares como los casos de simuladores y alienados, funcionan como un dispositivo de modernización cultural que delimita modelos a seguir a la vez que exhibe aquellos que deben separarse del tejido social en pos del progreso, la evolución y la construcción de la nacionalidad.
Carola Hermida
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