Orbis Tertius, vol. XXVIII, nº 38, e285, noviembre 2023-abril 2024. ISSN 1851-7811
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria

Libros

Mercedes López Rodríguez, Blancura y otras ficciones raciales en los Andes colombianos del siglo XIX. Madrid-Frankfurt, Iberoamericana-Vervuert, 2019, 257 páginas

Carolina Castañeda Vargas
Pontificia Universidad Javeriana, Colombia
Cita recomendada: Castañeda Vargas, C. (2023). [Revisión del libro Blancura y otras ficciones raciales en los Andes colombianos del siglo XIX por M. López Rodríguez]. Orbis Tertius, 28(38), e285. https://doi.org/10.24215/18517811e285

Este trabajo presenta una genealogía de la formación de una subjetividad andina que se nos transmite en la cotidianidad de nuestro vivir colombiano, la historia de una ficción blanca que ficcionaliza la nación colombiana. Este volumen de López Rodríguez combina la rigurosidad del trabajo historiográfico con los estudios culturales, la atención a la construcción histórica se teje con la configuración de emociones corporizadas que son atentamente leídas en la producción de informes y obras literarias. Su objetivo es analizar la formación racializada y racializante de la construcción de la nación. ¿Cómo llegamos las gentes de cierta región del país a creernos mejor hablados, mejor alimentados, más limpios, más sanos, más bellos, más educados que los habitantes del resto del país? ¿Por qué inundan nuestro lenguaje cotidiano palabras sentidas como “asco” o “roce”? Pues bien, para López el proceso de racialización que produjo el blanqueamiento de la región andina pasó por un cúmulo de sensaciones/emociones que se hicieron cuerpo y que son las que precisamente dan sentido a un muy concreto concepto de raza en el siglo XIX. Una racialidad que se asentó en múltiples construcciones culturales de los cuerpos y que se articuló con la cognición y la moral. Así pues, el texto es un aporte teórico sobre el concepto de raza en el siglo XIX, construido etnográficamente sobre la lectura juiciosa de prácticas subjetivantes.

La autora juega con el término “ficción”, condición que se le suele asignar a las obras literarias y negar a los registros históricos, para definir las prácticas racializantes. Lo blanco que se ficcionaliza, lo andino que se ficcionaliza y la “blancura” crean una ficción de raza mediante fuertes ejercicios de distinción emocional: una ficción exhibida en informes y diarios por intelectuales como José María Samper o en las obras literarias del XIX, reproducidas en diarios y escritas por hombres y mujeres ilustradas como Soledad Acosta de Samper, Eugenio Díaz o Jorge Isaacs. El camino para explorar y definir esas ficciones raciales es la comprensión de la blancura, una entrada novedosa en la ya explorada búsqueda de mestizos, indígenas y ex esclavizados que ha caracterizado los estudios de raza y nación en la Colombia del siglo XIX (Appelbaum et..al, Race and nation in modern Latin America, 2003; Arias Vanegas, Nación y diferencia en el siglo XIX colombiano. Orden nacional, racialismo y taxonomías poblacionales, 2005; Appelbaum, Dibujar la nación: la Comisión Corográfica en la Colombia del siglo XIX, 2017). Al explorar la blancura, se aleja de los estudios de la otredad para adentrarse en el “nosotros” que ha producido la diferencia. El libro pretende comprender qué es la raza a través de la observación de prácticas de racialización. A diferencia de otros trabajos, interesados en el mestizaje, lo indio, lo negro, la pregunta por las ficciones pretende entender el proceso de racialización y no la constitución de una raza en sí misma. Este, creo, es de los mayores aportes del texto a las discusiones sobre cómo abordar los temas de la raza y entender la urgencia de una periodización juiciosa.

El trabajo no parte de una idea original de raza, ni de la existencia de grupos claramente demarcados y separados racialmente, por lo contrario, muestra cómo las tenues y a veces inexistentes fronteras de las clasificaciones son el terreno de disputa donde empiezan a construirse las diferencias. Estamos lejos de las construcciones ideológicas de nación soñadas por algunos o de las representaciones sobre lo exótico, las ficciones raciales cobran forma no tan solo en el trabajo literario, sino especialmente en las relaciones sociales que asoman en esos escritos, esas que son posibles de imaginar en la época. Así, la ficción racial es una práctica social, no una construcción literaria. Lejos de suponer a la raza como un concepto transhistórico, se lo trabaja con la mayor precaución posible. Más que hablar de raza, se trata de representaciones que permiten rastrear un proceso de racialización construido mediante ficciones raciales entendidas como: “construcciones retóricas acerca de la diferencia, las representaciones de los cuerpos representados en relaciones de parentesco, en lazos de sangre, lugares de origen, clima y geografía, son parte de un proceso de racialización de los cuerpos y las poblaciones, pero no se hallan totalmente contenidas en el concepto de raza como aparecerá a finales del siglo XIX y más plenamente en el XX (p. 32). Al detenerse en las ficciones de la blancura, el texto plantea una pregunta clave para las ficciones nacionales del siglo XX: ¿cómo una nación que se narró mestiza a inicios del XX se proclamaba blanca apenas cincuenta años antes? Para López Rodríguez, la racialización es un proceso que se vive con el cuerpo, que se empieza a imprimir en el cuerpo individual, pero esos cuerpos que veremos transitar de lo colectivo a lo individual no son cuerpos biológicos sino cuerpos sensitivos, emocionales: “El proceso de racialización consiste en asociar este conjunto culturalmente elaborado de características con un perfil cognitivo, moral, psicológico e incluso emocional, a través del cual se juzga el valor de un individuo en el proceso de construcción de la nación” (p. 40). Así, avanza sobre una conceptualización de raza que es anterior al modelo cientificista basado en la biologización para mostrar cómo los cuerpos empezaron a signarse con la marca racial desde el siglo XIX; es decir que el cambio de paradigma racial biológico del siglo XX se cimentó sobre una racialización corporizada y moral ya existente pero no biológica, que lograría la individuación de los cuerpos racializados en el siglo XX. Es importante el énfasis en que el cuerpo es racial, pero no tiene una dimensión biológica. En este sentido, la autora continua los argumentos de Vanita Seth, para quien las clasificaciones sociales racializantes sufren un cambio abrupto al desplazarse del clima y la geografía hacia los cuerpos individuales: los cuerpos están relacionados con el ambiente, pero no en su dimensión geográfica. Es ese momento de transición (mitad del siglo XIX) donde entran en escena la moral y la cognición, pero donde los cuerpos aún están en contacto y comunicación con un entorno más que “natural”. Aquí la mutabilidad de los cuerpos es constante, se transforman por sus contactos con el exterior (con el ambiente), es decir, estamos frente una raza mutable. No nos encontramos en el momento en el que a cada cuerpo le corresponde una única raza por siempre y, a la vez, estamos muy distantes de las clasificaciones sociales religiosas coloniales.

La introducción nos adentra en el tema mostrándonos las dificultades de conciliar la racialización material con las categorías sociales de la construcción de la república, que buscaban eliminar las clasificaciones sociales coloniales y que, a su vez, eliminaban del registro público categorías como indio y mestizo. Esta fuerte tensión constituye la hipótesis central: el mestizaje es un proceso que busca la blancura, poniendo lo blanco como ideal de la nación y haciendo, a su paso, a los indios más indios y a los mulatos más mulatos. Este conflicto es analizado en el capítulo uno a través de la comida, todo aquello que al entrar en los cuerpos puede hacerlos mutar. El asco por alimentos concretos o por sus formas de preparación y aseo funcionan como elementos que marcan la distinción: el operador de diferencia es la distinción a la hora de asquearse o aprobar ciertos alimentos. Qué se come y cómo se come, qué se rechaza por asco y a quiénes se rechaza son prácticas racializantes que demarcaron el lugar social de la gente decente y blanca.

En el capítulo dos, la emoción explorada es la posibilidad del roce. Esos lugares sociales que se asignaban mediante juegos de distinción estaban compuestos por un lugar racial y un lugar socioeconómico, que no dependía tanto del poder adquisitivo como del roce con “lo europeo” o con Europa. Se valoraba altamente el roce con lo bello y lo limpio. Esa blancura estuvo constantemente impugnada por los viajeros extranjeros, para quienes los autodenominados “blancos” locales eran indistinguibles de los mestizos y, a su vez, estos de los indígenas. Así pues, la racialización se configura como una relación con Europa que ficcionaliza con los iguales, pero no con los europeos. El afán de distinción aflora porque, a los ojos europeos, no hay diferencia.

El capítulo tres trabaja la emocionalidad intelectual de los liberales que delineaban el sueño de la nación blanca para, por fin, explicarnos las articulaciones entre mestizaje y blancura. La blancura como ficción racial tejió finos hilos con el deseo de pertenecer a una clase social privilegiada: los autodenominados blancos deseaban tanto los nuevos vientos de progreso liberal como los viejos lazos del privilegio colonial. Rechazaban lo colonial en lo político, pero lo deseaban en lo familiar. El capítulo hace una descripción crítica del pensamiento liberal y sus deseos de construcción de una nación blanca, el mestizaje fue un proceso de blanqueamiento que produciría cada vez individuos más blancos pero que, principalmente, produjo individuos fuera de lo blanco o en contraste con lo blanco. Es decir, el mestizaje se configuró como un proceso de producción de los otros. A lo largo del libro se va comprendiendo que la contraparte permanente de la blancura es lo “mulato”. López Rodríguez enfatiza que el integracionismo que formaría la nación se realizó mediante dos políticas bien concretas: la abolición de la esclavitud y el exterminio de las tierras comunales indígenas. Así pues, el mestizaje no es un lugar, un estado o una identidad, sino un mecanismo en el camino de hacer de los ex esclavizados mulatos y luego blancos, y de los indígenas primero mestizos y luego blancos.

Para entender el lugar del mulato en la construcción de la blancura, el capítulo cuatro analiza piezas literarias que hacen del mulato el límite de lo blanco, y de la blancura un proyecto mayormente masculino. Lo mulato se descubre aquí por el desamor, el deseo y la repugnancia. La tesis central es que la literatura colombiana no es la síntesis de un mestizaje ideal que crea míticamente la nación por bellas relaciones interraciales, sino más bien el reflejo de su fracaso. El mulato debía sintetizar el propósito de integrar y crear la nación blanqueada mediante el mestizaje, pero en el ejercicio, al menos literario, de lograr alianzas matrimoniales interétnicas, los varones blancos constituyeron su masculinidad blanca reforzando la diferencia con la masculinidad mulata.

El epílogo, por su parte, cuestiona la nostalgia por lo indio mientras refuerza la representación de su desaparición. La blancura analizada en las representaciones gráficas se muestra triunfante en la medida en que lo indígena ha quedado en el pasado, ha llegado plenamente a su blanqueamiento. Una nación blanca y andina debía lograr desaparecer lo indígena del relato. El libro deja abierta la incognita de cómo se pasa de las categorías coloniales a los procesos racializantes de poblaciones donde el contacto con el mundo andino es menor, ¿qué pasa en el Caribe o el Pacífico colombianos? Es decir, ¿cómo entender los procesos racializantes fuera del espectro de la ficción blanco-mestiza?

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