OT Orbis Tertius, vol. XXIX, núm. 39, e298, mayo-octubre 2024. ISSN 1851-7811
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria

Libros

de Diego, José Luis (director), ¿A qué llamamos literatura? Todas las preguntas y algunas respuestas, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2024, 459 páginas

Atilio Raúl Rubino

Universidad Nacional de La Plata , Argentina
Cita recomendada: Rubino, A. R. (2024). [Revisión del libro ¿A qué llamamos literatura? Todas las preguntas y algunas respuestas por J. L. de Diego (dir.)]. Orbis Tertius, 29(39), e298. https://doi.org/10.24215/18517811e298

“Ensenar literatura —decía un recordado profesor— más que transmitir un saber es contagiar una pasión”, dice José Luis de Diego en el prólogo a su nuevo libro ¿A qué llamamos literatura? Todas las preguntas y algunas respuestas, dirigido por él y escrito en coautoría con Virginia Bonatto, Malena Botto y Valeria Sager. Esa pasión, me atrevo a agregar, no es sólo la literatura sino también la enseñanza y la divulgación. El libro, en ese sentido, aborda distintos aspectos de ese objeto siempre esquivo que llamamos literatura desde distintas perspectivas para extraer, como indica su título, más preguntas que respuestas. Si tenemos en cuenta que las reflexiones en torno de lo literario tienen una historia de varios siglos (desde la Antigüedad hasta los debates de nuestros días), el libro emprende el desafío (nada sencillo) de volver simple (legible, comprensible, accesible) lo difícil. Para, al mismo tiempo, devolverlo a su complejidad y problematizar muchos de los sentidos comunes sobre el arte y la literatura, aquellos que a veces reproducimos sin saberlo.

En esta especie de doble movimiento (hacer simple lo complejo y complejizar lo que parece simple) ¿A qué llamamos literatura? recorre a la literatura desde sus definiciones y conceptualizaciones, desde los géneros literarios, el problema de la representación y la relación de ésta con el mundo, las teorías y la historia de la lectura, de la producción y la vida social de los escritores, del modo en el que se valora el arte y la literatura y de la relación (siempre compleja y cambiante) con lo cultural. Para eso, el libro se organiza en siete capítulos encabezados por siete preguntas que, a su vez, generarán otras tantas. Y en las que se indaga buscando siempre los materiales más adecuados ‒aquellos que plantean el problema con toda su complejidad pero lo vuelven a su vez accesible, entendible‒, las preguntas correctas, los enfoques más adecuados, los ejemplos más clarificadores o los que marcan las limitaciones de las definiciones más conocidas.

La primera de esas preguntas (el primer capítulo) es, justamente, la que le da título al libro, “¿A qué llamamos literatura?”. Allí no se plantean todas las preguntas, sino las iniciales, las que apuntan a posibles definiciones o concepciones de la literatura y que serán retomadas luego. Tres grandes teorías recorren el capítulo, que son también tres asedios a la idea de literatura: la de la ficción o ficcionalidad, la llamada teoría del extrañamiento, sobre todo desde Shklovski y el formalismo ruso, y la llamada teoría del desvío de Roman Jakobson. Como el resto del libro, el capítulo tiene la particularidad de no quedarse en la reseña de textos teóricos sino, más bien, de acercar los problemas de una posible definición de la literatura a un público no necesariamente formado en el tema. De esta manera, se exponen las ideas con ejemplos que van desde los más simples, que apelan a conocimientos compartidos, transgeneracionales (una película de acción, una comedia romántica o una telenovela), hasta los más eruditos (Stendhal, Balzac, Borges) para analizar problemas como la verosimilitud y la ficcionalidad que quizás son propios de los estudios literarios pero no exclusivos de la literatura. A su vez, estas tres posibles teorías sobre la literatura se complejizan de modo de abordar no sólo sus zonas problemáticas sino también liminares, a partir del análisis de textos literarios que las ponen en crisis. Cada una deriva hacia otros problemas, hacia zonas fronterizas o porosas de lo literario: verosimilitud, mundos posibles, realismo, ciencia ficción, no-ficción, relato testimonial, etc.

Con la pregunta “¿Cómo clasificamos las obras literarias?”, el capítulo II se ocupa de esa zona intermedia entre la literatura como un todo y las obras en particular, es decir, del problema de los géneros literarios y de las clasificaciones de la literatura (que no necesariamente son el mismo problema). ¿Cuántos son los géneros literarios, cuáles, cómo cambian y se modifican, se definen por sus rasgos internos o por los modos en que los textos son leídos, se trata de una clasificación, de un agrupamiento de la literatura, o no solamente de eso? Esas son algunas de las preguntas que articulan el recorrido que el capítulo II realiza por los diferentes modos de clasificar a la literatura desde la Antigüedad hasta las modernas teorías literarias del siglo XX en adelante. En ese sentido, repasa diferentes respuestas con el correr del tiempo, así como sus fortalezas y restricciones y devela algunos de los malos entendidos históricos para centrarse luego en un estudio de caso: el género dramático. Así, a algunos de los problemas que ya planteaba el capítulo anterior (por ejemplo, si se oponen y excluyen verdad y verosimilitud, o realismo y formalismo) se suman otros como la idea común de asociar la prosa con la narrativa o la expresión de una interioridad despojada de ficción con la lírica.

El problema de los géneros literarios se confunde muchas veces con el de la clasificación de la literatura y con otras nociones que se solapan, se superponen o se mezclan, como las escuelas, los estilos, los períodos o los modos de representación. En ese sentido, el capítulo III separa una de estas problemáticas y se ocupa de lo que podemos considerar la relación de la literatura con lo extra-literario, con el mundo o con lo que consideramos (en determinada época y determinado lugar) lo real y la realidad. Con la pregunta “¿De qué modos la literatura representa otros mundos posibles?” el capítulo retoma el concepto de mímesis, crucial para la teoría literaria, en su dimensión de representación y bajo las nuevas líneas que plantean la capacidad de la literatura y el arte de producir mundos posibles. Retoma, asimismo, la discusión sobre la ficción y la ficcionalidad y en relación con ella, la de verosimilitud y verdad. Para eso, comienza por una indagación sobre la estética realista y algunas de las teorías más representativas que han intentado explicar el fenómeno del realismo literario, no sólo por su parecido a (o imitación de) lo real sino también a partir de los procedimientos formales que para eso se utilizan. Y luego indaga en dos modos o polos de refutación al realismo, es decir, de cuestionamiento al modo de representación del realismo o bien a la concepción de la realidad que subyace a la mentalidad burguesa, moderna y occidental del período de auge de la estética realista. La segunda parte del capítulo se organiza, entonces, en torno a las vanguardias, por un lado, y el fantástico y la ciencia ficción, por otro, como refutaciones al realismo. Estos deslizamientos permiten también una mirada en perspectiva: en confrontación con las vanguardias y el fantástico, se evidencia el modo en el que también el realismo construye mundos posibles y, mediante procedimientos formales, su propio verosímil. La pregunta por la relación de la literatura con lo que está por fuera de ella resulta también transversal en los capítulos que siguen, que indagan sobre el valor literario, sobre la vida social de los escritores, sobre la lectura y sobre la cultura.

Así, el capítulo IV, “¿Cómo se valoran las obras literarias? ¿Por qué las valoramos?” se ocupa de algunas de las perspectivas que intentan definir la literatura desde afuera, es decir, desde el modo en el que determinada sociedad en determinada época la concibe y, sobre todo, la valora. De ese modo, se vuelve a las vanguardias (ya trabajadas en los capítulos anteriores) como punto de partida para recorrer los distintos ejes en torno al valor, el canon, las instituciones, la tradición, las normas estéticas, los clásicos y la crítica literaria, entre otros, porque, de hecho, la irrupción de las llamadas vanguardias históricas trastocó todas esas nociones, las asedió, las cuestionó y permitió, por eso, cierta des-naturalización que propició un análisis más objetivo, distanciado o quizás simplemente en otros términos. Mediante un repaso por las teorías más significativas al respecto (y sus posibles cuestionamientos o limitaciones) y sendos ejemplos que lejos de ilustrar ideas marcan límites y zonas problemáticas, se logra también volver actuales algunas discusiones que son de larga data (y que exceden también el interés de los expertos en literatura): entre otras, tensiones y cruces entre el valor propiamente estético y otras valoraciones: ideológicas, políticas, éticas y morales que han recorrido diferentes momentos de la historia, desde el destierro de los poetas de la ciudad propuesto por Platón hasta la intervención de Harold Bloom a fines del siglo XX en defensa del canon y en oposición a las que él llamaba las escuelas del resentimiento.

Los capítulos V y VI se encargan no tanto de la literatura desde sus textos sino, más bien, desde los polos de la creación y la recepción. El capítulo V se titula “¿Cómo leemos literatura?” y se ocupa del problema desde dos líneas o enfoques diferenciados, la historia de la lectura y las teorías de la lectura y la recepción, es decir, a partir de los modos reales, concretos, materiales e históricos en los que se ha leído literatura y a través de los modos en los que los textos literarios delinean un tipo de lectura, un modelo de cómo deben o pueden ser leídos. A estas dos perspectivas se suma una tercera puerta de entrada al problema: las figuras de lectores y lectoras en la literatura, entendidas a su vez como fuentes que permiten inferir conceptualizaciones sobre la lectura, sobre lo social y lo cultural.

El capítulo VI, por su parte, se pregunta “¿Cómo se integra la literatura (y los escritores) a la vida social?” y se encarga de la literatura desde el polo de la producción y la creación, pero en su dimensión social. Lo atraviesan, también, dos líneas: la de la sociología de la cultura de Pierre Bourdieu y la de la historia cultural de Raymond Williams. El desarrollo de ambas perspectivas se articula, a su vez, con ejemplos que van profundizando los aportes de las mismas a la vez que marcan sus limitaciones. Como si se tratara de movimientos espiralados que retoman y profundizan un mismo punto, el libro ofrece así un acercamiento a distintos momentos e hitos de la historia de las artes, desde la Poética de Aristóteles, el Renacimiento y el Romanticismo hasta las vanguardias y las discusiones más actuales, pero a partir de diferentes ejes: los géneros literarios, la lectura y la materialidad de los soportes del texto, los escritores y las instituciones sociales, etc. O, más que ejes, a partir de preguntas: sobre el valor, el canon y los clásicos, sobre los escritores, sobre los lectores, sobre los géneros, sobre la cultura.

Finalmente, el capítulo VII, “¿Cómo se relaciona la literatura con los conflictos culturales?”, se ocupa de los complejos entrecruzamientos entre cultura y literatura, así como entre crítica literaria y estudios culturales. Para eso, se detiene primero en diferentes formas de entender la cultura, así como en los términos (o acusaciones) vinculados a éstas, como etnocentrismo o relativismo cultural, elitismo y mirada idealista sobre el arte o populismo cultural. Asimismo, se analiza la irrupción de los estudios culturales y la renovación que significó para la crítica literaria, así como de las limitaciones y los préstamos y contaminaciones entre ambas disciplinas. Mediante una intervención de Beatriz Sarlo sobre el tema y, luego, un estudio de caso sobre el colonialismo en el continente africano se vuelve a la cuestión del valor literario y estético, ahora en la encrucijada entre crítica literaria y estudios culturales. De ese modo, el último capítulo no sólo dialoga ampliamente con los anteriores sino que ofrece quizás alguna de las posibles respuestas: la literatura no se reduce a lo cultural, pero tampoco a las instituciones, a los géneros, a los modos de representación, a los cambios históricos en los modos de leer. Entre todas estas (y otras) aproximaciones hay algo que siempre resta, que sobra o que falta en cualquier intento de captar todo lo literario desde una única perspectiva o un conjunto limitado de teorías. Como si ésta ejerciera siempre una resistencia a cualquier explicación que cierre su sentido. Y quizás sea justamente esa su riqueza y la razón por la que nos sigue resultando un objeto de interés y sigue convocando esa pasión que se menciona en el prólogo. Tal vez en la literatura (o, quizás, en la mejor literatura o en la que nos interesa y nos interpela) no se juega una disputa de sentidos como si se tratara de ganar o perder un partido de fútbol sino que, más bien, se trata de dislocar los sentidos, de ponerlos en cuestión, de trastocar y abismar los lugares comunes, de extrañar las percepciones, de problematizar las concepciones y miradas de la realidad y de una supuesta corrección política (que siempre muta con el tiempo y varía de una sociedad a otra).

Ante un mundo que nos inunda de información, de imágenes, de noticias (reales o no) y de respuestas unívocas y cerradas a problemas que nunca se han solucionado, quizás la literatura (la buena literatura) nos convoca a permanecer, como hace el libro al abordar su objeto de estudio y su pasión, en estado de pregunta, de dubitación, de inquietud y de problema. En ese sentido, ¿A qué llamamos literatura? Todas las preguntas y algunas respuestas no sólo resulta un material de enorme provecho para cualquier estudiante o docente de literatura sino también para cualquier interesado en la literatura, el arte, la filosofía y la cultura y, sobre todo, para quienes prefieren las preguntas a las respuestas y los problemas que profundizan la complejidad del mundo antes que las soluciones tajantes y certeras que anulan la discusión y el debate.

Atilio Raúl Rubino

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