Libros
Laura Arnés, Nora Domínguez y María José Punte (Dir). Graciela Batticuore y María Vicens (Coord.) Historia Feminista de la literatura argentina. Mujeres en revolución. Otros comienzos. Córdoba, EDUVIM, 2022, 950 páginas
Historia Feminista de la literatura argentina. Mujeres en revolución. Otros comienzos es un proyecto de revisión crítica de la literatura argentina desde una perspectiva feminista. Su primer volumen, publicado por la Editorial Universitaria de Villa María en 2022, da cuenta de una experiencia de trabajo procesal –aún en movimiento– que deja entrever, por su vitalidad y rigor, la aparición de próximos volúmenes.
En cada texto logra leerse el compromiso político del que se trata: revisar para renarrar y hacer posible otra historia y vida para mujeres y LGTBI, considerando siempre su diversidad. No se trata solo de hacer visible lo invisible, como proponían las primeras conceptualizaciones de la perspectiva de género, sino que el libro revela, modela y actúa otros modos de escrituras, que hacen existir en su textualidad la subversión a la que aspiran los movimientos feministas de avanzada. Al mismo tiempo que se deconstruye un orden de poder, es necesario producir escrituras nuevas.
¿Cómo consigue este objetivo el volumen? A través de cinco estrategias de presentación de la diversidad. La primera de ellas es la pluralidad disciplinar: cuarenta especialistas provenientes de la historia, la literatura, el arte y la sociología aportan visiones, contenidos múltiples, lenguajes y corpus conceptuales que enriquecen y dinamizan la lectura. La segunda estrategia es la presentación de perspectivas temáticas y claves de escritura diversas: conceptos, figuras de lo femenino (cautiva, negrita federal, autora), preguntas. En tercer lugar, se encuentran en el volumen usos variados del lenguaje (español tradicional o lenguaje inclusivo), vía directa de manifestación de la diversidad de feminismos que están representados. En cuarto lugar, se hallan distintos estilos de escritura y/o construcción textual. Por último, hay un tratamiento peculiar de la perspectiva temporal que, si bien respeta la cronología en su organización, resalta puntos de retorno y repetición que acompañan a quien lee a notarlos. El libro abarca el periodo que va desde la Revolución de Mayo hasta 1920, retomando el tiempo virreinal para situar como punto de origen de la subversión de género en la literatura argentina la carta que escribió Isabel de Guevara el 2 de julio de 1556 a la princesa Juana de Austria. Dirigiéndose a otra mujer y reclamando autonomía económica, se abre la puerta a una enunciación antes proscripta. La historia se aborda como una única línea en la que hay retornos, repeticiones y superposiciones temporales sobre los que se ha hecho un cuidadoso trabajo de relieve para que quien lea alcance un objetivo latente del libro: sensibilizarse con la desigualdad e identificarse con los modos en que esta se reproduce a través del tiempo. Este es uno de los elementos más logrados en el libro.
En relación con la arquitectura del volumen, este se organiza en cinco apartados o bloques temáticos que pueden leerse de manera independiente o articulada. Cada uno tiene alrededor de 200 páginas, recopila entre 6 y 8 artículos y se corresponde con un nudo conceptual de la historia o la agenda feminista a escala global: cuerpos, voces, división sexual del trabajo, identidad y participación política. El primer apartado, Escenarios de guerra y paz, recorre, desde la perspectiva del cuerpo y la imagen de las mujeres, el periodo que transcurre entre el período virreinal y el siglo XIX. Allí se demuestra que la escritura de mujeres es un arma de lucha para decirse a sí mismas, instalarse como sujetos políticos y consolidar la condición de existencia. El artículo de Loreley El Jaber pone el énfasis en la incursión de las voces de las mujeres en el archivo judicial rioplatense y declara este proceso como condición sine qua non para el inicio de la escritura de mujeres en la región. Argumenta cómo el padecimiento y la súplica, acciones femeninas de la época resultantes de la condición social, marcan su posición enunciativa. Las mujeres, como la plebe, no tienen derechos plenos y hacerse de algunos requiere un pronunciamiento. Es interesante el trenzado que se realiza entre mujeres reales, de quienes se relevan archivos históricos, y personajes ficcionales como la Muratore de Libertad Demitrópulos en Río de las congojas. Unas prefiguran a las otras y, salvo por la cronología, bien podrían hacerlo en cualquier dirección. Los artículos de Cristina Iglesias y Florencia Guzmán se centran en el período 1820-1840 y ponen el foco en las emergencias de voces de mujeres en la prensa local. La primera elige el trabajo periodístico del fraile Castañeda, quien no sólo pone en el centro de su reflexión política la pertinencia de la educación de las mujeres en la Buenos Aires de 1820, sino que adopta fórmulas de escritura a varias voces en las que, a la vez que incluye enunciación de mujeres, reinventa la lengua: Iglesia asegura que Castañeda genera la necesidad de un nuevo diccionario político sexual. Guzmán, por su parte, se centra en la emergencia de la mujer negra como sujeto político y repasa, a partir del surgimiento del periódico La Negrita el 29 de julio de 1833, la construcción de la negra federal como una identidad que, en tiempos de Rosas, abre la existencia de una voz específica que prefigura la abolición de la esclavitud en el año 1839. Tres obras son cruciales para esta construcción: Facundo (1845) de Domingo Faustino Sarmiento, Amalia (1851-1852/1855) de José Mármol y El matadero (1871) de Esteban Echeverría. Estas obras describen un movimiento que va desde la participación política como espías de Rosas hasta una final demonización como símbolos de salvajismo. Los artículos de Graciela Batticuore y Amanda Salvioni abordan la figura de la mujer cautiva, demostrando que su imaginario es una construcción desde la mirada masculina patriarcal, cuyo fundamento es la objetivación del cuerpo de las mujeres y la violencia sexual. A través de la figura de la cautiva, Batticuore analiza la permanencia de la “heroína triste” en la memoria cultural y se desplaza hacia nuestro presente para señalar cautiverios vigentes. Los dos últimos artículos del apartado se anticipan conceptualmente al que les sigue, funcionando como vagón de transición. Los términos voz y autoría se hacen presentes en los textos de Vanesa Miseres y Laura Fernández: Miseres se centra en autoras interesadas en la guerra y caracteriza la asociatividad como modo de lazo frente a los conflictos de guerra en diferentes épocas y latitudes, lo que le permite concluir que la paz, más que con las mujeres, se enlaza con el feminismo como movimiento político y ético. Iniciativas de red entre mujeres de múltiples orígenes definen la construcción de la nación argentina y sus efectos pueden rastrearse hasta el día de hoy con la marea verde y el movimiento Ni Una Menos. “Las mujeres en tiempos de revolución nos proponen siempre nuevos comienzos”(p. 181). Laura Fernández, por último, repasa los ocho números del periódico La Voz de la Mujer (1896) para describir el movimiento que hace a las lenguas cada vez más feroces, transitando desde una enunciación que parte de temas de interés hasta alcanzar el cuestionamiento explícito a quienes dominan en la estructura binaria y desigual del patriarcado. Así, se hace posible distinguir la marca de enunciaciones feministas, aun cuando esas escritoras no se reconocieran como tales.
El segundo apartado La voz, la escritura, la autoría se centra en la posición enunciativa. Claudia Roman trata la figura de la gaucha ahorcajada para argumentar que si bien la literatura hegemónica argentina no recupera aún textos gauchescos o testimonios de literatura popular que incluyan específicamente a las mujeres, se podría focalizar en ese intento en la figura de la payadora y en la literatura giacumina como vías de emergencia de sus voces (p. 235). Su propio texto es una realización de esta apuesta crítica. María Lía Munilla y Paula Bontempo toman otra perspectiva al interesarse en cómo las publicaciones ilustradas que circulaban en el siglo XIX en Buenos Aires influyeron en los aprendizajes de las mujeres, a las que tenían como consumidoras activas, especialmente de novedades literarias y novelas. Por su parte, Ana E. Vázquez elige abordar el vacío disciplinar que es la historia de las traductoras y sostiene la hipótesis de que son las mujeres quienes hicieron ese lazo preglobalizado entre la cultura internacional y la nacional, argumentando que la traducción facilitó a las mujeres el acceso a la vida intelectual y les funcionó como “acumulación de capital simbólico” (p. 275). Toma como modelo a Juana Manso que, al traducir novelas para mujeres, ofrece otro corpus a las lectoras del Río de La Plata y negocia a distintos niveles la invisibilidad y la transgresión. También recupera la experiencia de la Biblioteca Popular de Buenos Aires, que incorporó a mujeres en la función de traductoras. Liliana Zuccotti vuelve a Juana Manso definiéndola como una mujer que quiebra la división entre lo público y lo privado para armar un nuevo territorio, la conferencia, lo que le vale críticas despiadas de sus pares varones en el canon. Magdalena Arnoux retoma el desarrollo del género epistolario con foco en los dispositivos discursivos que quisieron regularlos, asumiendo que este es el género que introduce a las mujeres en los procesos de alfabetización. María Vicens elige a la amistad como la clave para enfatizar en la función que las redes tienen en la consolidación de la potencia de las mujeres y de un sujeto colectivo que se hace llamar nosotras. Para ello realiza un pasaje por varias obras, entre las que destaca Peregrinaciones de un alma triste (1876). Para cerrar el apartado, y como elemento de transición hacia el siguiente, aparece la figura de la poetisa. Alicia Salomone desarrolla cómo el primer poemario de Alfonsina Storni, La inquietud del rosal (1916), marca un giro en la sensibilidad poética femenina y traza una cartografía de la poesía de mujeres en el entresiglo como momento clave para la legitimación de estas. Mientras repasa la obra de Norah Lange, Delfina Bunge, Josefina Pelliza, Silvia Fernández, María Torres Frías, Mariquita Sánchez de Thompson y Josefina Izquierdo reflexiona sobre la importancia de rearticular la trayectoria histórica entre mujeres, reponiendo a aquellas escritoras y poetas que allanaron el camino de quienes vinieron después.
El tercer apartado, Adentro/afuera, trabaja sobre la binaria división sexual del trabajo y los espacios de habitabilidad, haciendo del par la estructura de la desigualdad. Patricio Fontana reflexiona sobre cómo los personajes de muchas de las obras clásicas ya abordadas ubican a las mujeres en el hogar, domesticadas, en contraste con la figura del viajero, siempre hombre; y se propone recuperar a mujeres escritoras que transgreden esta insistencia, entre quienes destaca a Juana Manuela Gorriti. Mercedes Araujo toma la perspectiva de la naturaleza, relevando a escritoras que eligen narrar el mundo fuera del hogar con afán de explosión libidinal: el eros de los textos circula afuera, señalando hacia dónde han de dirigirse las mujeres que se emancipan. Inés de Torrás pone en espejo Buenos Aires y Montevideo, abordando los relatos del desarraigo y las descripciones citadinas en las obras de Mariquita Sánchez, Juana Manso y Lola Larrosa en cuanto inventan formas sutiles de apropiación del espacio público. Mirta Zaida Lobato propone la categoría de pasaje para pensar tránsitos situacionales que favorecieron o atentaron contra la emancipación de las mujeres. Especialmente interesante resulta ese proceso que llama “[d]e la escritura por placer a la escritura profesional y militante” (p. 530)que, a partir de las escrituras rastreadas en el primer apartado, da cuenta de las dificultades para la inserción formal de las mujeres como escritoras profesionales. Sigue esta línea argumentativa Javier Planas, bajo el eje de la lectura y la biblioteca, mientras que Camilla Cattarulla y Ana Lía Rey apuestan por un lazo aún poco investigado: el de las prácticas culinarias y los recetarios con la literatura. Las autoras revelan que aquellos recetarios que se publican en las últimas décadas del siglo XIX son también los primeros de autoría femenina. Entre ellos destaca La perfecta cocinera argentina (1888) de Teófila Benavento, y Cocina ecléctica (1890) de Juana Manuela Gorriti, libros que demuestran la condición de género compartida: aun proviniendo de diferentes clases sociales, tienen en común ese espacio hogareño como mandato. Las mujeres encontraron en la edición de libros de cocina una gramática de lo femenino en forma de consejo y práctica culinaria que construye la prioridad de lo familiar y el cuidado. Como corolario de este bloque, María I. Baldasarre estudia el vestuario y Nicolás Suárez el cine, anticipando el recorrido más político de la siguiente sección.
Identidades/alteridades instala la presencia literaria de las disidencias del binarismo hegemónico. El primer artículo, de Jorge Salessi, focaliza en lesbianas, travestis y uranistas. Luego, Mariana Docampo repasa las milongas queer. Las disidencias escriben con sus cuerpos y ambos autores demuestran que el género es performance de disfraces, modulaciones y modales cuya presencia ha estado desde los inicios de la nación. En el capítulo siguiente, Ana Peluffo repasa las obras más icónicas de la literatura argentina, ubicando los modos en que allí se reproduce la violencia de género derivada de la celebración de las masculinidades bárbaras y retoma el discurso de Victoria Ocampo “Las mujeres y el Martin Fierro” (1972) como crítica temprana. Ella apuesta por la potencia de una agencia que no es la de la crítica confrontativa, sino la creación de nuevas ficciones o reescrituras dentro del propio corpus de la literatura gauchesca, vía en la que destacan Las aventuras de la China Iron (2017) de Gabriela Cabezón Cámara y Black Out (2016) de María Moreno. Sandra Gasparini examina las figuraciones monstruosas de lo femenino –locas, dementes, asesinas– que se patologizan en aras de controlar y regular aquello que escapa a lo racional. Adriana Rodríguez Pérsico y Laura Malosetti continúan esta línea argumentativa al plantear que el auge positivista deja fuera del saber a las mujeres, encerradas en la jaula que intenta domesticar el exceso de sus pasiones, su demoníaco afán de seducción.
El quinto y último apartado, La política, la crítica y el canon, es inaugurado por Dora Barrancos en un repaso con explícita perspectiva histórica que pone en el centro la emancipación económica. Francesca Denegri retoma el valor de las organizaciones de mujeres del mundo para alcanzar el sufragio y otros derechos. Resultan destacables los textos de Alejandro Romagnoli y María Rosa Lojo, que indagan las articulaciones entre el proceso de conformación de la autoría femenina y la emergencia de la crítica literaria, encontrando que algunos críticos contribuyeron a su inserción, mientras que en otros predominó una lectura condescendiente, sesgada o indiferente. En un texto a dos voces, Mónica Szurmuk y Karina Boiola repasan el surgimiento y desarrollo de la crítica feminista de la literatura argentina del siglo XIX para proponer una actualización de su agenda: mayor interdisciplinariedad, ampliación de géneros literarios en los que incursionan las mujeres (como literatura infantil, manuales de conducta o epistolarios), incorporación de perspectivas interseccionales (clase, raza, movilidad) y de otras lenguas que habitaron el territorio. Cierra el libro la reconocida pionera en el campo de la crítica feminista Francine Masiello, que escribe ¡en primera persona! la potencia de esa voz enunciativa que confirma lo necesario que ha sido en esta reseña nombrar cada texto, cada autoría. Es política del feminismo dar consistencia a la voz de las mujeres e identidades de género disidentes en primera persona.
Dalia Virgilí Pino