OT Orbis Tertius, vol. XXIX, núm. 39, e301, mayo-octubre 2024. ISSN 1851-7811
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria

Libros

Rodríguez, Fermín. Señales de vida. Literatura y neoliberalismo, Córdoba, Eduvim, 2022, 440 páginas

Alicia Vaggione

Universidad Nacional de Córdoba, Argentina
Cita recomendada: Vaggione, A. (2024). [Revisión del libro Señales de vida. Literatura y neoliberalismo por F. Rodríguez]. Orbis Tertius, 29(39), e301. https://doi.org/10.24215/18517811e301

Este libro del crítico e investigador Fermín Rodríguez mapea, de la mano de una serie de ficciones de finales del siglo XX y comienzos del XXI, nuestro pasado y el presente más reciente, dando cuenta de las cosas que no supimos ver y que la literatura vio: “No vaya a ser que después se diga que la literatura no avisó” (p. 62). La afirmación —casi a modo de advertencia y como clave de lectura— se lee en uno de los apartados dedicados a indagar Los pichiciegos. Visiones de una batalla subterránea, la primera novela de Fogwill con la que el ensayo inicia su recorrido y en la que están cifradas una serie de operaciones críticas desplegadas, una y otra vez, en torno a las ficciones elegidas.

Lo que Señales de vida pone frente a nuestros ojos lectores, a partir de una intervención crítica exquisita, es la capacidad de la literatura para captar y emitir, a través de actos de escritura, ciertos indicios que vienen a interrumpir un relato del crecimiento económico transportándonos, como apunta Rodríguez “a través de la escucha, la imaginación y la escritura hacia otros tiempos y espacios cubiertos de escombros y desperdicios” (p.14) o, como también leemos, a visibilizar la contracara del progreso para presentar “la modernización neoliberal como catástrofe, como crisis y estado de excepción, como violencia de clase y empobrecimiento planificado de una mayoría de la población obligada a valerse por sí misma” (p. 14).

El mapa biopolítico que la investigación compone está armado —como se anuncia en el prólogo— por una serie de escenas de lectura que, al decir del crítico, enlazan “momentos de la cultura, la literatura y la política” (p. 25). La escena, entonces, como operación que permite reunir y agrupar escrituras, como instancia que posibilita seleccionar y extraer fragmentos de las ficciones y, sobre todo, como operación de enlace, cruce y articulación que permite la configuración de un paisaje de época —o una serie de paisajes— en los que se aúnan cuerpos, afectos y acontecimientos. A su vez, la lectura está allí como esa práctica que en el hacer crítico conjuga las voces de las ficciones con un entramado de saberes —provenientes de sedes teóricas muy diversas— para atender aquello que se quiere iluminar. Un tono, un ritmo, un modo de dejarse afectar por aquello que se lee, atendiendo siempre al punto exacto que se quiere señalar, caracteriza, me parece, la singularidad de esta escritura. Para leer las ficciones que explora, el ensayista recurre también al inmenso campo de elaboraciones producidas por la crítica latinoamericana reciente, preocupada por indagar eso que la literatura trae al presente.

En las novelas que conforman el mapa de esta investigación, escritas por Rodolfo Fogwill, Sergio Chejfec, Matilde Sánchez, César Aira, Gabriela Cabezón Cámara, Gustavo Ferreyra, Diamela Eltit, Washington Cucurto, Laura Meradi, Roberto Bolaño y Fernando Vallejo; el ensayista subraya su capacidad y/o su poder para avizorar, al mismo tiempo que captar y registrar, una serie de transformaciones y desplazamientos que están en la base de nuestro presente. Se trata siempre, y en todos los casos, de una literatura permeada por el afuera y en articulación con la vida, porque en esta indagación “la literatura está inmersa en la vida y tiene la habilidad de moverse entre flujos cruzados de enunciación, percepción e imaginación para registrar en ese ir y venir las intensidades de los futuros en ciernes” (p. 15). De Fogwill a Vallejo, el primero y el último de los escritores que considera, el arco de ficciones indagadas en el ensayo permite detectar una serie de desplazamientos y transformaciones que anticipan lo que vendrá. Lo que intuye Fogwill en esa novela visionaria escrita al fragor de la guerra, tal como lo subraya Rodríguez, es no solo el retorno de la democracia sino también los signos de una continuidad entre la política económica de la dictadura y la democracia de mercado que reinaría en la década de los 90. O la instalación del dispositivo neoliberal que se inscribe y se cierne sobre los cuerpos tal como aparecen diagramados en Vivir afuera. O las transformaciones del espacio rural que, indagadas a partir de El desperdicio de Sánchez, entran al texto como señales permitiendo vislumbrar —aun cuando sean incipientes— las mutaciones que, como apunta Rodríguez, al generar nuevas formas de explotación “están redibujando el paisaje agrícola para reinscribirlo en los circuitos globales; un paisaje desnaturalizado por modernas biotecnologías aplicadas al agro que en el marco de un biocapitalismo emergente están desplazando silenciosamente la tradicional percepción del campo (...) la pampa comenzaba a convertirse en la enorme aceitera que es hoy”(p. 132-133).

Los cambios en el escenario rural coexisten con los urbanos que, tal como se prefiguran en El aire, la novela de Chejfec a partir del vagabundeo de su personaje, dan cuenta de “un territorio cubierto de escombros (...) en los que el paisaje urbano se desarticula según esas dislocaciones espaciales permanentes de las grandes ciudades latinoamericanas de nuestro fin de siglo” (p. 106). También la villa, en medio de la escalada de la crisis de 2001, se sitúa como reverso de la ciudad neoliberal o, para traer el lenguaje de la novela de Aira leída por el crítico, “como una ciudad de la pobreza dentro de la ciudad” (p.184). En torno a las ficciones que se detienen en el espacio de la villa, el autor elige Las noches de Flores y La villa de Aira, conjuntamente con La virgen cabeza de Cabezón Cámara, y explora, en el margen que se abre entre vulnerabilidad y potencia, nuevas formas de activación o de saber hacer con la crisis. Porque la literatura, como la vida, cuando se siente amenazada sabe inventar o imaginar líneas de fuga.

Otro de los desplazamientos que, de la mano de las ficciones, el ensayo detecta, se juega en relación al trabajo. La detención en torno a El amparo de Ferreyra, Mano de obra barata de Eltit junto a Alta rotación, la novela de Meradi, le permiten dar cuenta de una serie de modificaciones en las cuales se hace extremadamente visible un nuevo régimen que define una nueva clase de trabajadores signada por la precariedad y diferenciada ostensiblemente de la figura del “trabajador asalariado del siglo veinte, cuya vida estaba organizada por el trabajo, escandida por la semana laboral y protegida por un sindicato” (p. 230). Uno de los puntos de cierre de esta lectura considera lo acontecido en Chile en octubre de 2019. A partir de la transcripción de las consignas que el escritor Álvaro Bisama reunió en “La lengua alien”, el ensayo parece elaborar un contrapunto que, de alguna manera, se opone al relato de las ficciones indagadas —aun cuando en Mano de obra ya se esbozara un estado asambleario— en el que a los cuerpos cansados y exhaustos de los trabajadores, diagramados en su capacidad de aguantar y soportar, se les suma ahora la instancia de una potencia que sucede cuando los cuerpos se reúnen, salen a la calle e inventan otras formas posibles. Una política de la resistencia, que opera bajo el modo de la alianza, se lee en diversas escenas que el ensayo revela dando cuenta de las múltiples formas en las que lo comunitario aparece como vía de salida.

La de los pichis, esos personajes que sustraen su cuerpo a la guerra para permanecer encerrados, es la primera comunidad a la que el ensayo remite. Escondidos bajo tierra activan formas de supervivencia atendiendo a sus necesidades más básicas y no desertan porque tal como se afirma: “mucho antes de enterrarse vivos en una cueva, los pichis ya habían sido dejados caer en uno de esos agujeros latinoamericanos de privaciones y violencia donde el estado “encierra afuera” de instituciones fallidas a cuerpos imprescindibles y prescindibles a la vez, sacrificables en aras de la nación” (p. 43). También la del carrito, presente en la novela La villa de Aira, hace ver eso que está ahí y que no se ve, solo porque está oculto por la indiferencia. En su dimensión menor, el carrito posibilita una micro alianza entre el joven desocupado de clase media que, para entrenar sus músculos trabajados en largas horas de gimnasio, se convierte de pronto en quien con su fuerza tira del carro lleno de los restos que recogen los cartoneros. Estas escenas —junto con otras presentes en el libro, como la que se activa en torno al estanque comunitario en La virgen cabeza o la de los liebreros de El desperdicio— exploran el margen entre precariedad y resistencia dando cuenta de las potencias que se activan, cada vez y siempre desde una singularidad, cuando se imaginan y ensayan formas de lo común.

El último recorrido que el libro habilita detecta, en torno a Boca de lobo de Chejfec, 2666 de Bolaño y La virgen de los sicarios de Vallejo, el pasaje en el que un nuevo umbral de violencia se intensifica y opera, como sostiene el crítico “al desnudo, con toda la muerte y la fuerza de opresión al aire” (p. 27). Un pasaje a la violencia que, en algunas de estas ficciones hace foco preferente en los cuerpos femeninos, despliega unas fuerzas que la acercan a las formas que toma en las coordenadas de nuestro presente más próximo. Se podría decir que Señales de vida también parece mapear, en el marco de una operación donde las temporalidades no son lineales, el arco que se abre entre la irrupción de dos virus: el VIH/Sida que entra al ensayo de la mano de Fogwill —en ese vivir afuera en el que todo circula: los cuerpos, las mercancías y el virus— y el SARS-CoV-2, que vendría a profundizar e hiperbolizar un estado de mundo ya de por sí complejo, tal como lo mostraron las ficciones indagadas. En el punto final que todo prólogo produce, Rodríguez introduce una última inflexión para atender a los trabajadores considerados “esenciales”, dando una vuelta más a la intensificación de un régimen sobre el que el libro ya produjo un saber.

Alicia Vaggione

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